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Crítica de las fuentes del Nuevo Testamento La
primera aplicación de las técnicas de la crítica literaria fue hecha por el
sacer- dote francés R. Simon (1638-1712). Los
eruditos alemanes J. D. Michaelis (1717-1791) y J.
S. Semler (1725-179l), influidos por aquél,
continuaron su obra en esta área. Michaelis
postuló que los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) no tienen
relación literaria entre sí, sino que dependen de otros evangelios apócrifos.
Sugirió que debía existir un Evangelio original, ahora perdido, al que
denominó Urevangelium. En el siglo XIX, F. C.
Baur, de la Escuela de Tubinga, afirmó que Mateo
fue el primer Evangelio escrito, pero que apareció alrededor del siglo II d.
C. Entre las epístolas paulinas reconoció como genuinas sólo a Romanos, 1 y 2
Corintios y Gálatas. Hasta hoy permanecen dos problemas como áreas de
estudio para los 171 críticos de las fuentes: el sinóptico (la relación
literaria entre los tres Evangelios sinópticos) y quién escribió las
epístolas paulinas mencionadas. 1.
Crítica de las fuentes de los Evangelios sinópticos. Al
parecer, San Agustín (m. 430 d. C.) fue el primero en comentar el parecido
entre los Evangelios sinópticos. En su obra De consensus evangelistarum
sugirió que Mateo había sido el primero y que Marcos era una abreviación de
Mateo. Dijo además que Lucas era el más reciente de los
Evangelios. La crítica de las fuentes ha realizado desde el siglo
pasado vigorosos intentos para resolver el problema sinóptico: dilucidar cuál
fue el primer Evangelio y cómo y por qué los otros evangelistas lo
copiaron. Se presentan a continuación cinco de las principales
hipótesis al respecto.
La hipótesis de Griesbach, presentada por J. J. Griesbach en estudios publicados entre 1780 y 1790,
afirma que la secuencia es Mateo-Lucas-Marcos. Esta hipótesis predominó
entre los críticos de mediados del siglo XIX y fue apoyada por la Escuela de
Tubinga. Entre 1970 y 1980 algunos críticos adoptaron una versión
modificada de esta hipótesis. La hipótesis de Lachmann
fue publicada en 1835 por C. Lachmann, quien señaló
que Mateo y Lucas concuerdan entre sí en secuencia sólo cuando los dos tienen
el mismo orden de Marcos. Por esto afirmó que Marcos fue el primero, y
sugirió la secuencia Marcos-Mateo-Lucas. La prioridad de Marcos -el uso
de Marcos como base para Mateo y Lucas- ha sido sostenida por muchos
eruditos, quienes difieren entre sí en cuanto a los detalles de la teoría.
Aunque la hipótesis de Torrey atrajo mucha
atención, no ha convencido a muchos eruditos, quienes han quedado
consternados por la falta de acuerdo entre los seguidores de Torrey en cuanto a cuáles son las traducciones erróneas. Joachim Jeremías intentó en la década de 1950 recuperar
la ipssisima verba christi
(las mismísimas palabras de Cristo) reconstruyendo del griego el arameo
original hablado por Jesús. M. Black sugirió en 1967 que una fuente en
la cual estaban los dichos de Jesús, ya sea en forma escrita u oral, sirvió
de fuente para los Evangelios sinópticos. Debido al descubrimiento de
cartas y documentos escritos en Galilea en tiempos del NT, hoy hay menos
entusiasmo por probar que los Evangelios originales fueron escritos en
arameo. En verdad, algunos han sugerido que Cristo mismo hablaba el
griego, y que parte de su enseñanza y de su predicación fue en griego. 2.
En busca de una solución para el problema sinóptico. Después
de dos siglos de trabajo, los críticos de las fuentes aún no han encontrado
la solución. Los argumentos propuestos en favor de cada una de las
teorías no han resuelto el problema. Cada intento por ofrecer una
respuesta hace surgir una nueva pregunta. Este quizá sea uno de esos
problemas que sólo se resolverán en la escuela del más allá. Las teorías que
se han expuesto tienen en gran medida por base la premisa de que los
Evangelios se escribieron del mismo modo como se produce cualquier otra obra
literaria. Este Comentario rechaza totalmente tal idea. El
Espíritu Santo no sólo dirigió a los autores de los Evangelios a fuentes y
materiales dignos de confianza, sino que también dirigió sus mentes al
escribir acerca de acontecimientos pasados. Por esto los Evangelios,
como también todas las otras Escrituras, son únicos en comparación con el
resto de la producción literaria del hombre; por lo tanto, no es posible
tratar su historia literaria exactamente del mismo modo como un crítico
analiza los factores que contribuyeron a la producción de una obra que es fruto
únicamente del genio humano. Sin embargo, este Comentario no toma la posición
opuesta de que los autores bíblicos escribieron por dictado verbal del
Espíritu Santo, y que en consecuencia los paralelos que haya -incluyendo las
estructuras gramaticales anómalas- deben explicarse argumentando que el
Espíritu escogió dictar exactamente las mismas palabras a diferentes autores.
Pedro afirma específicamente que "los santos hombres de Dios hablaron
siendo inspirados por el Espíritu Santo" (2 Ped.
1: 21). Hablaron y escribieron en armonía con sus propias
individualidades y características, según puede apreciarse en sus variados
estilos literarios. Dios por medio de su Espíritu dio luz y comprensión
a la mente de los escritores de la Biblia; los guió
a fuentes de información (Luc. l: 1-3; Hech. l: l), pero los dejó en libertad para que hicieran
su propia investigación. Luego, bajo la inspiración divina, escribieron
en sus palabras tanto lo que les había sido revelado como lo que habían
investigado. ¿Qué puede decirse
en cuanto al problema sinóptico?
Una cuidadosa comparación de Mateo con Marcos y Lucas muestra que Mateo
también utilizó fuentes escritas. Por ejemplo, los pasajes paralelos de
Mat. 9: 6, Mar. 2: 10-11 y Luc. 5: 24 tienen una
fraseología casi idéntica, y los tres contienen la misma dificultad
gramatical que atenta contra el claro sentido de los pasajes. Otra
evidencia de que los evangelistas recurrieron al uso de documentos escritos
aparece en el uso de palabras idénticas, pero poco comunes, en pasajes
paralelos. Todo parece indicar que, guiados por el Espíritu Santo, los
autores de Mateo y Lucas emplearon en la redacción de sus Evangelios
materiales ya escritos acerca de la vida y las enseñanzas de Cristo.
El hecho de que el Evangelio de Marcos sea el más corto, pero que en muchos
de los acontecimientos que relata presenta más detalles que Mateo o Lucas,
sugiere que Marcos es la base de Mateo y Lucas y no una condensación de uno u
otro de los dos.
Juan afirmó que había -pero que no registraba- muchas otras cosas que Jesús
hizo (Juan 21: 25); éstas deben haberse conservado en forma oral o
escrita. Lucas señala claramente que existían muchos documentos (Luc. l: 1-3). Es, pues, muy probable que éstos
hayan sido los materiales a los cuales el Espíritu Santo dirigió a los
evangelistas.
Estos
comentarios no ofrecen en modo alguno una solución final al problema; pero el
que estudia la Biblia puede estar confiado de que los Evangelios sinópticos
representan el esfuerzo interrelacionado y divinamente inspirado de
escritores del primer siglo de la era cristiana, quienes reconocieron la
validez de relatos escritos por otros cristianos. El Espíritu Santo
dirigió en la selección de los materiales, salvaguardó su integridad y les
añadió por revelación directa, para que pudiera conservarse un registro
auténtico e inspirado de la vida, muerte y resurrección del Hijo de Dios. 3.
Crítica de las fuentes del Evangelio de Juan. El
Evangelio de Juan tiene pocos paralelos con los sinópticos. La tradición
cristiana ha afirmado desde los primeros tiempos que este Evangelio se
escribió a fines del primer siglo, después de los sinópticos. En el
siglo XIX los eruditos negaron que el Evangelio de Juan se hubiera escrito
antes del año 150 d. C.; por lo tanto, Juan el discípulo no podría haber sido
su autor. También se afirmó que el autor de Juan no conocía los
Evangelios sinópticos, y por lo tanto había empleado otras fuentes
literarias. En
1941 Rudolf Bultmann publicó un comentario sobre
Juan, en el cual proponía que el cuarto Evangelio era obra de un gnóstico
convertido al cristianismo y que su autor empleó tres fuentes:
La
complicada teoría de Bultmann ha sido criticada por
diversas razones:
Además,
la fecha posterior que se le asigna al Evangelio de Juan (mediados del siglo
II) no puede ser correcta. En 1935 se publicó un fragmento de un papiro
egipcio en el cual se encuentra Juan 18: 31-33, 37-38. La escritura de
este manuscrito, el Papiro Rylands 457, comúnmente
designado como P52, muestra que no pudo haberse escrito después del año 125
d. C. Al discutir este hallazgo, el erudito Adolfo Deissman
escribió: "Una multitud de hipótesis concernientes a un origen posterior
para el Evangelio según Juan, se marchitarán como plantas de
invernadero.
En el papiro Rylands tenemos una prueba documental
de que el Evangelio según Juan no sólo ya existía en la primera mitad del
siglo II, sino que copias del mismo ya habían llegado a Egipto. El
origen del Evangelio debe, por lo tanto, asignarse a tiempos muy
anteriores" (en Deutsche Allgemeine Zeitung, 3 de diciembre de 1935). Al
comentar sobre el mismo manuscrito, Federico Kenyon
dijo: "Si hay un punto en el cual la escuela progresista sentía más
confianza que en cualquier otro, era que el cuarto Evangelio había sido
escrito en una fecha posterior... Por lo tanto, causa satisfacción hallar que
precisamente en el caso del cuarto Evangelio la evidencia de una fecha en el
siglo I es sumamente convincente" (The Bible and Archaeology, p.
128). Kenyon afirmó además que la evidencia
del Papiro Rylands 457 ayuda a "confirmar la
fecha tradicional de composición [del Evangelio según San Juan] en los
últimos años del primer siglo" (Our Bible and the Ancient Manuscripts [Nueva
York: Harper, 1940], p. 128). Con
referencia al supuesto trasfondo y contenido gnóstico de Juan, el profesor E.
R. Goodenough, de la Universidad de Yale, afirmó
que el libro no tiene nada que sea específicamente gnóstico, como los
críticos lo habían afirmado. El descubrimiento en Nag
Hamadi (alto Egipto) en 1947 de 48 tratados
gnósticos, mostró que el gnosticismo del segundo siglo sostenía principios
muy diferentes a los propuestos en el Evangelio de Juan. Algunos de
estos documentos indican que las ideas teológicas de Juan, supuestamente del
siglo II, en verdad eran anteriores al tiempo del ministerio de Cristo.
No importa lo que digan los críticos en cuanto al origen del Evangelio de
Juan, haremos bien en no perder de vista el autotestimonio
de Juan 19: 35 y 21: 24-25, donde se recalca en forma enfática que su autor
fue testigo ocular de lo ocurrido. El hecho de que la presentación de
este Evangelio sea diferente de los sinópticos sólo destaca la manera como el
Espíritu Santo obra con los autores en forma individual. |
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CBA, vol. 5