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d.C, en Éfeso (1 Cor. 16: 8), ciudad que fue escenario de la actividad misionera de Pablo durante
"tres años" (Hech. 20: 31), y el centro principal de su obra durante su tercer viaje misionero
(Hech. 19; 20: 1).
De acuerdo a las evidencias, la iglesia de Corinto fue establecida durante el segundo viaje
misionero de Pablo (Hech. 18: 1-11), en la antigua ciudad de dicho nombre, la cual se ubicaba al
sureste de Grecia. Su estratégica ubicación entre el golfo Sarónico, con Atenas y El Pireo al este,
y el golfo de Corinto al oeste del istmo, la convirtieron en un centro mercantil de una gran parte
del comercio que fluía desde Asia hacia Europa y viceversa. Algunos fenicios se establecieron en
la ciudad y prosiguieron con su oficio de hacer tintura de púrpura, pero también introdujeron
otras artes, y establecieron el culto inmoral de las deidades fenicias.
Asimismo, floreció en ella el flagelo del libertinaje, hasta el punto que el mismo nombre
de la ciudad se convirtió en un sinónimo de sensualidad, y la expresión "corintianizar" llegó a
entenderse como una alusión al libertinaje desenfrenado. La deidad principal en Corinto era
Afrodita, la diosa del amor y de la pasión desenfrenada, por lo que no es difícil imaginarse el
efecto que el culto a esta divinidad producía en las prácticas de los habitantes de esta ciudad.
De ahí que no resulte extraño que, tres años después de la fundación de la iglesia y
durante la ausencia de Pablo, hayan surgido numerosos problemas que demandaron la atención
del apóstol. En primer lugar, algunas facciones habían debilitado la iglesia. Debido a la
elocuencia y conocimiento de Apolos, muchos de la iglesia lo habían ensalzado por encima de
Pablo (1 Cor. 1: 12; 3: 4; cf. Hech. 18: 24 a 19: 1). Otros se jactaban de que no eran seguidores
ni de Pablo ni de Apolos, sino de Pedro, uno de los apóstoles originales, mientras que otros
afirmaban no estar unidos a ningún dirigente humano, y profesaban ser seguidores sólo de Cristo
(1 Cor. 1: 12).
Además, como los miembros de esa iglesia vivían en medio de la inmoral población de
Corinto, muchos que habían renunciado a sus caminos de impiedad recayeron en sus antiguos
hábitos de vida (1 Cor. 5), e incluso otros llegaron a considerar la Cena del Señor como una
ocasión cuyo único y aparente provecho era comer (1 Cor. 11: 17-34). Asimismo, en el seno de la
iglesia de Corinto habían surgido preguntas en cuanto al matrimonio y sus implicaciones sociales
(1 Cor. 7), en cuanto al consumo de alimentos sacrificados a los ídolos (1 Cor. 8) y respecto a la
debida conducta de las mujeres en el culto público (1 Cor. 11: 2-16). Pero eso es no es todo, ya
que en la iglesia de Corinto tampoco se entendía correctamente (ni se practicaba) la función de
los dones espirituales (1 Cor. 12-14) y, lo que es peor, algunos de sus miembros se habían
tornado escépticos en cuanto a la realidad y la forma de la resurrección (1 Cor. 15).