su amor y que transmita al mundo “el testimonio de Jesús” que él ha enviado a través del
“Espíritu de profecía”.
El profeta Joel hace eco de esta profecía diciendo que el don de profecía sería una
característica del pueblo de Dios en los últimos días. “Derramaré mi Espíritu sobre toda
carne, y profetizarán vuestro hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y
vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré
mi Espíritu en aquellos días, [...] antes que venga el día grande y espantoso de Jehová”
(joel 2:28-31).
¿Por qué el texto se refiere al don profético como “el testimonio de Jesús”? Los
verdaderos dones del Espíritu Santo, tales como el don de profecía, siempre redundan en
la exaltación de Jesucristo como centro de la esperanza cristiana. Jesús dijo del Espíritu:
“Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:14; ver también 1
Juan 4:1-3). Por esto, la actitud característica de un verdadero profeta es la de llamar la
atención de todos hacia Cristo. En cambio, un profeta falso se caracteriza por el deseo de
atraer la atención de la gente hacia él mismo (Hech. 20:30).
El mismo Juan nos cuenta que en un momento se olvidó de sí mismo y se postró a
los pies del ángel que le estaba trayendo los mensajes. Pero éste le reprendió suavemente
diciendo: “Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el
testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la
profecía” (Apoc. 19:10). El espíritu, o sea la actitud permanente de todo profeta
verdadero, es el de dar testimonio acerca de Jesús como Señor y Salvador de la
humanidad. (175)
Una enseñanza equilibrada
Los hijos de Dios en los últimos días “guardan los mandamientos de Dios y tienen
el testimonio de Jesucristo”. Significa que ellos mantienen el debido equilibrio entre la fe y
las obras; testifican acerca del lugar central de Jesucristo en la fe cristiana y al mismo
tiempo demuestran su fe mediante sus buenas obras y su obediencia a los mandamientos
de Dios.
La historia revela que la iglesia no siempre ha logrado mantener el equilibrio en
este asunto. Por una parte, están los que esperan obtener el favor de Dios haciendo
buenas obras; y por otra, están los que enseñan que la ley de Dios ha quedado abolida,
que uno puede obedecer a Dios o desobedecerle como quiera. Estos nos aseguran que la
desobediencia no afecta la salvación, ya que la salvación es por fe. Ambas ideas son
perversiones de la doctrina cristiana y tienen que ser rechazadas por los que quieren
seguir a Jesús.
El remanente o “resto” de los últimos días ha resuelto esa tensión entre fe y obras.
Entienden que la salvación es por gracia, por fe en los méritos de Jesucristo. Conocen las