Babilonia. Mandó cavar un cauce nuevo para desviar las aguas del Éufrates hacia una zona
baja y pantanosa que quedaba cerca de la ciudad. Cuando todo estaba listo, Gobrías
colocó a sus tropas junto al túnel por el cual pasaba el río. Luego los ingenieros de Ciro
quitaron los diques provisionales, el río comenzó a correr por su nuevo cauce y,
literalmente, las aguas del Éufrates se secaron. Ante la enorme sorpresa de los babilonios,
los soldados de Ciro entraron por el túnel.1 De modo que la antigua Babilonia no cayó por
causa de un ataque frontal que rompiera sus formidables muros, sino que cayó cuando lo
que consideraba un motivo de su seguridad, se convirtió en la causa de su ruina.
Lo mismo sucederá con la Babilonia moderna. El Señor va a hacerla caer cuando se
vuelquen contra ella los elementos que había considerado su mayor apoyo. (223)
La expresión “los reyes del oriente” es una alusión al mismo evento, pues Ciro era
rey de Media y Persia, dos naciones del oriente. Durante siglos Babilonia había tenido que
defenderse contra ataques que provenían del norte o del oeste, y sus campañas militares
se dirigían, por regla general, en esas dos direcciones.
Los reyes del oriente siempre habían sido débiles e incapaces de influir en la
política de Mesopotamia. Pero en el año 539 a. C., cuando vino por primera vez un ataque
de oriente, Babilonia cayó. Así va a ocurrir en los últimos días. Los “reyes”, que nunca
habían significado una amenaza para la seguridad de Babilonia, antes bien la habían
apoyado, son los que van a ocasionar su ruina (Apoc. 17:12,16).
El significado literal de estos eventos se aclara en el análisis del próximo capítulo.
Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia y de la boca del falso
profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios que
hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirías a la batalla
de aquel gran día del Dios Todopoderoso (vers. 13,14).
Cuando se produjo la segunda plaga de Egipto, la tierra quedó cubierta de ranas
(Exo. 8:6). Aparecían en las casas, en cada recámara y hasta en la propia cama del rey.
Cada silla donde se querían sentar estaba cubierta de ranas. Hasta saltaban de los hornos
y de las artesas donde se amasaba el pan (Exo. 8:2,3). Era imposible transitar por los
caminos sin pisar ranas. Y no hubo defensa, porque entre más ranas mataban, más
aparecían.2
Pero los dirigentes de la religión espiritista de Egipto no estaban dispuestos a darse
por vencidos fácilmente ante esta manifestación del poder de Dios. Se presentaron ante el
faraón y, con una pomposa exhibición de hechizos y de palabras mágicas, hicieron
aparecer algunas ranas. (224)
Por un momento, el rey se dejó impresionar y se convenció de que ellos también
tenían poder; pero no tardó en darse cuenta de la enorme ironía de lo que había
sucedido. Es que la tierra ile Egipto se encontraba inundada de ranas, y lo que habían