Tranquilamente Creso se preparó para el enfrentamiento. Contaba con una
infantería bien adiestrada y una magnífica caballería.
Pero sus tropas nunca tuvieron la oportunidad de demostrar su capacidad, debido
a un "arma secreta" que portaba Ciro: un escuadrón de camellos. Cuando los caballos de
Creso vieron a los camellos, y más cuando sintieron su olor, se llenaron de pánico. No
hubo manera de detenerlos y huyeron despavoridos. En pocos instantes el campo de
batalla se convirtió en un caos y el resultado para Creso fue una batalla perdida sin
haberla peleado.
Pero, aun así, Creso estaba lejos de haber perdido su reino. Simplemente se retiró
a la acrópolis y se encerró sintiéndose por demás seguro.
Durante sólo catorce días Ciro mantuvo el sitio, y luego ofreció un premio al
soldado que encontrara la manera de escalar el monte y abrir las puertas de la ciudad.
Parecía imposible, pero un soldado llamado Hiréades se dispuso a observar la fortaleza en
la parte donde el precipicio estaba más empinado.
De repente, vio que un soldado de Creso perdió el casco el cual iba dando tumbos
hasta caer al pie del precipicio. Esto llamó la atención de Hiréades, pero fue aún mayor su
sorpresa cuando el soldado apareció unos momentos más tarde al pie del precipicio,
recogió su casco en persona y volvió a desaparecer en medio de la roca resquebrajadiza.
"¡Aja! —exclamó Hiréades—. Sí es posible escalar la roca aquí". Y al día siguiente, con
unos compañeros valientes, se dedicó a escalar el precipicio.
Muy confiado y creyendo, aparentemente, que nadie podía subir por ese punto,
Creso no había dejado guardia. De esta manera, los persas pudieron entrar sin
impedimento en la acrópolis y abrir las puertas desde adentro, y en poco tiempo el
imperio de Lidia ya había pasado a la historia.
De modo que en Sardis tenemos una ciudad con una reputación gloriosa pero que
no vivió a la altura de su fama. Teniendo inmensas riquezas, llegó a la pobreza; teniendo
un poderoso ejército, fue derrotada en batalla sin pelear. Su fortaleza, aparentemente
inexpugnable, fue tomada y el pueblo reducido a una condición de esclavitud y
sufrimiento, porque confió en los muchos dones que el cielo le había concedido y no
comprendió la necesidad de ser vigilante.
Sardis nunca volvió a recuperar la gloria que había perdido; y en el primer siglo,
cuando se escribió el Apocalipsis, era una ciudad que seguía en proceso de decadencia.
El mensaje a Sardis
Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las
siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás
muerto (vers. l).