El ungüento para los ojos representa el aceite del Espíritu Santo (Zac. 4:1-5). Este
fue llamado por Cristo, el Espíritu de verdad, y es el único que puede ayudarnos a ver la
realidad acerca de nuestra condición delante de Dios (Juan 16:7-11).
Como Sardis, la iglesia de Laodicea no recibe ningún encomio. Y sin embargo, el
Testigo fiel le asegura a esta iglesia su amor y compasión. Dice: "Yo reprendo y castigo a
todos los que amo; sé, pues, celoso y arrepiéntete" (ver Prov. 3:12).
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré
a él y cenaré con él y él conmigo (vers. 20).
Ante Filadelfia, Cristo abre una puerta de oportunidad, pero Laodicea mantiene
cerrada su puerta. Deja al Señor afuera, llamando.
Pero, aunque lo estamos despreciando, no se aleja. Dice: "Estoy a la puerta y
llamo". Se mantiene cerca, y llama con un gran deseo de entrar (Hech. 17:27 úp). Ante
nuestra tibieza e indiferencia, el Señor procura activamente llamar nuestra atención;
razona, apela, trata de persuadir. Pero hay una cosa que él no hace. No abre la puerta; no
fuerza la entrada. Entra en el corazón y se convierte en huésped sólo cuando es
bienvenido.
Dice: "Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él
conmigo". Es un cuadro de íntimo compañerismo. La cena es generalmente una hora
tranquila; es el momento cuando ya han pasado los afanes del día, y hay tiempo
disponible para entablar una animada y dulce conversación con el Huésped celestial.
La autoridad del creyente
Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como he vencido, y
me he sentado con mi Padre en su trono (vers. 21).
En varios pasajes, las Escrituras repiten la promesa de que los fieles compartirán
los privilegios y prerrogativas del mismo Señor Jesucristo. San Pedro le preguntó al
Maestro: "He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué, pues,
tendremos?" A lo cual el Señor le aseguró que recibirían muchas bendiciones en esta vida
y "en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria,
vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las
doce tribus de Israel" (Mat. 19:27-29). Asimismo, en el Apocalipsis, el profeta vio a los
redimidos después de la segunda venida de Jesús, y escribió: "Vi tronos, y se sentaron
sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar" (Apoc. 20:4; ver también 1 Cor. 6:1-3).
Acerca del cumplimiento futuro de esta promesa se tratará más ampliamente en el
capítulo 20.