Situada a nueve kilómetros de distancia río arriba de Laodicea, estaba la ciudad de
Hierápolis, famosa por sus baños termales y fuentes de donde el agua todavía hoy sale
hirviendo de la tierra. Pero al recorrer la distancia desde la fuente original hasta Laodicea,
el agua se enfría, de modo que al pasar por Laodicea ya está tibia. La tibieza es un símbolo
apropiado para representar la condición espiritual de la iglesia en la séptima época.
Es interesante notar que no se le acusa a Laodicea de ninguno de los grandes
males de las otras iglesias: no está tolerando a Jezabel; no tiene en su medio a los
nicolaítas; no está muerta ni fría, sino que está tibia. Pero ¿en qué consiste precisamente
su tibieza?
Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo
necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y
vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y
unge tus ojos con colirio para que veas (vers. 18).
El problema de Laodicea consiste precisamente en que cree estar bien, y por lo
tanto, no procura remedio. No reconoce la realidad de su condición.
La figura de las vestiduras blancas nos hace recordar la parábola de la fiesta de
bodas. Según esta ilustración, un rey preparó un gran banquete para celebrar las bodas de
su hijo. Cuando todo estaba preparado, el rey entró para saludar a los convidados, y "vio
allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin
estar vestido de boda? Mas él enmudeció" (Mat. 22:1-14).
Claro está; tenía que callarse, pues no había excusa. Según la costumbre antigua, el
rey había provisto el vestido de bodas gratuitamente para todos los invitados. Sólo tenían
que aceptar el don ofrecido.
En Apocalipsis 19:8 se nos dice que las vestiduras de "lino fino, limpio y
resplandeciente" representan la justicia con que uno se presenta a la cena de bodas
cuando Cristo vuelva por los suyos. El hombre de la parábola, así como los cristianos de
Laodicea, pensaba presentarse con los méritos de sus propias acciones justas. "Estoy bien
así —decía—. De ninguna cosa tengo necesidad".
Pero el Testigo fiel, el que dice la verdad, les dice a los ciegos de Laodicea que
necesitan riqueza celestial; no la propia que se corroe y se echa a perder, sino la que
Cristo les puede ofrecer (Mat. 6:19,20).
El remedio para Laodicea
El oro representa la fe que obra por el amor, y cuanto más sea probada en el fuego
de la aflicción, más pura y más refinada sale.