para aumentar aún más la expectación de las gentes acerca de la segunda venida de
Jesucristo.
Citaremos nuevamente los versículos 12 y 13 para tomar nota del orden de los
eventos profetizados: “Y he aquí (1) hubo un terremoto, y (2) el sol se puso como tela de
cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y (3) las estrellas del cielo cayeron sobre la
tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento”.
En el cumplimiento literal de la profecía, los eventos sucedieron en el mismo orden
señalado por la profecía. En 1755 se registró el más terrible terremoto en la historia del
continente europeo. Aunque se lo conoce como el terremoto de Lisboa, se extendió por la
mayor parte de Europa y el norte de África. Cubrió una extensión de por lo menos seis
millones y medio de kilómetros cuadrados.
I in un pueblo cercano a Marruecos y muy distante del epicentro, todos los diez mil
habitantes perdieron la vida; una ola descomunal barrió las costas de España y África. En
Cádiz, alcanzó 18 mts. de altura. En Lisboa, una muchedumbre había corrido a un malecón
recién construido, cuando éste se hundió con un gran estruendo. El terremoto había
sobrevenido un día de fiesta, y muchas iglesias y edificios públicos que estaban
atiborrados de gente se desmoronaron. Se calcula que noventa mil personas perdieron la
vida sólo en Lisboa.
Veinticinco años después, apareció la segunda señal mencionada en la profecía: el
oscurecimiento del sol y la luna. El 1 de mayo de 1780, una intensa oscuridad cubrió gran
parte del cielo visible en Nueva Inglaterra. Según testigos oculares, a las nueve de la
mañana, el cielo se oscureció como si fueran las nueve de la noche en un día de verano. -
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El sol levemente salió hacia el atardecer. Si bien el día fue oscuro, la noche fue más
terrorífica. Aunque era época de luna llena, el mundo siguió envuelto en tinieblas.
Después de la media noche desapareció la oscuridad, pero cuando la luna volvió a verse,
parecía ensangrentada.
La profecía acerca de las estrellas se cumplió el 13 de noviembre de 1833, cuando
tuvo lugar un dilatado y admirable espectáculo de estrellas fugaces. El firmamento estuvo
durante horas enteras en conmoción ígnea. Desde las dos de la mañana hasta la plena
claridad del día, en un firmamento perfectamente sereno y sin nubes, todo el cielo estaba
tachonado de una lluvia incesante de cuerpos celestes que brillaban de un modo
deslumbrador. La gente sobrecogida de temor angustiosamente esperaba el fin del
mundo.
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Toda esta sucesión de fenómenos naturales ocurrió precisamente en el momento
y orden predicho, y en los lugares donde las profecías estaban siendo estudiadas con