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Ya no tendrán hambre ni sed, ni el sol los abatirá, ni calor alguno, pues el Cordero
en medio del trono los pastoreará, y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios
enjugará toda lágrima de sus ojos.
(vers. 14-17).
Con esto podemos hacer un resumen de la información disponible acerca de la
gran multitud:
Aparentemente no es el mismo grupo que el de los sellados, pues los sellados son
contados y se nos dice específicamente su número, mientras que la gran multitud nadie la
podía contar (vers. 9).
De la misma manera se deduce que los de la gran multitud son más numerosos
que los 144 mil.
Los de la gran multitud viven “delante del trono y en la presencia del Cordero”
(vers. 9). Esto indica que ellos están cumpliendo las instrucciones dadas a Abrahán como
parte del pacto: “Anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti” (Gén.
17:1,2). O como dice otra versión: “Vive siempre en mi presencia y sé perfecto, para que
yo pueda confirmar mi pacto contigo”. El hecho de estar delante de Dios y vivir en su
presencia, implica una relación estrecha y constante. Tal fue la experiencia de Enoc (Gén.
5:22,24) y de Abrahán (Gén. 17:1 ú.p.), y debe serla de nosotros también, pues nadie va .i
estar delante de Dios en el cielo si no ha aprendido a vivir delante de él aquí en esta tierra.
Ellos han entendido el mensaje de justificación por la fe. Claman “a gran voz,
diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al
Cordero” (vers. 10). La justificación por fe significa precisamente esto. “No [es] de
vosotros, pues es don de Dios” (Efe. 2:8).
Esto mismo es lo señalado por el hecho de que ellos tienen palmas en las manos
(vers. 9). No era la costumbre, entonces, colocar palmas en las manos de los victoriosos,
sino en las de las multitudes que celebraban sus éxitos (ver Juan 12:13). De modo que con
las palmas, ellos están celebrando la victoria de Dios.
Ellos han experimentado también la santificación,
o
sea la victoria sobre el pecado.
Dice el texto que “han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del
Cordero” (vers. 14). Esto significa ser lavado del pecado (ver Apocalipsis 1:5). La ropa
resplandeciente y limpia representa “las
acciones
justas de los santos” (Apoc. 19:8). La
última de las siete bienaventuranzas que aparecen en
el
Apocalipsis dice:
“Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para
entrar por las puertas en la ciudad” (22:14).
Los de la gran multitud no reciben el sello de Dios; pero los 144 mil sí. (127)
Aparentemente hay algo contradictorio en todo esto: El sellamiento es im-
prescindible para que los fieles puedan soportar el tiempo de angustia. Tanto es así que la