Aunque el Santo Imperio Romano Germánico incluyó diversas zonas de la Europa occidental
durante diversos períodos de su historia, su centro de gravedad siempre estuvo al norte de
los Alpes, en los Estados germánicos. La rivalidad política entre el papa y el emperador
debido a la disputa sobre las investiduras, fue un factor importante en el éxito de la Reforma,
pues muchos de los príncipes alemanes, por motivos ya políticos, ya religiosos, demostraron
ser ardientes y eficaces paladines de la gran revolución contra Roma.
Las cruzadas.-
El movimiento de las cruzadas es un extraño fenómeno de la Edad Media, que debe ser
entendido teniendo en cuenta el feudalismo y las órdenes de caballería medievales. La razón
aparente de las cruzadas fue rescatar a Palestina de las manos de los infieles musulmanes.
Palestina siempre había sido considerada por los cristianos como la Tierra Santa.
Constantino se había preocupado por preservar los lugares santos de la antigua tierra de
Israel, y Carlomagno había hecho todo lo posible para proteger los sitios sagrados de esa
tierra reverenciada, que había sido invadida por el Islam sólo unos pocos años antes de su
reinado.
La marea árabe de invasores musulmanes prácticamente se había extinguido a comienzos
del siglo X; pero el siglo XI vio la irrupción de una diferente clase de hombres: del este
vinieron oleadas de turcos selyúcidas, los cuales entraron en contacto con el Islam y lo
aceptaron con extremo fervor. Invadieron la antigua Persia y el valle de Mesopotamia, y
después cruzaron el Asia Menor, la moderna Turquía, que no había caído antes en manos
musulmanas. Los turcos estaban virtualmente en las puertas de Constantinopla. Esto ocurrió
en 1071, dos años antes de que Hildebrando fuera entronizado como el papa Gregorio Vll.
Alrededor de este mismo tiempo los turcos selyúcidas invadieron a Palestina y tomaron a
Jerusalén.
El emperador romano de Oriente buscó entonces la ayuda de Occidente, y el papa Gregorio
comenzó a hacer los debidos planes; pero, por supuesto, la ayuda para el imperio de Oriente
con sede en Constantinopla, no era lo único que movía a Gregorio. En el siglo XI habían
aumentado mucho las peregrinaciones a los lugares santos de Palestina; pero la presencia
de los turcos selyúcidas había impedido esas empresas religiosas. Cuando comenzó a
fermentar en Occidente la idea de atacar a 36 los turcos, los planes del papa Gregorio eran:
despejar el camino para las peregrinaciones, liberar los lugares sagrados del Oriente y
humillar al patriarca de Constantinopla, en respuesta a las súplicas del emperador romano de
Oriente.
Pero Enrique IV mantenía ocupado a Gregorio, y no fue sino hasta 1095 que se hizo algo
definido, cuando el papa Urbano II convocó un concilio en Clermont, Francia. El Oriente
presionaba pidiendo ayuda. Los caudillos turcos habían comenzado a luchar entre sí. Las
peregrinaciones encontraban cada vez más obstáculos. Además, sufría el comercio
occidental con el Oriente, y había otro problema que el papa debía resolver: continuaban sin
tregua las pequeñas guerras entre los nobles feudales de la Europa occidental. Se
derramaba sangre y castillos y pueblos estaban siendo destruidos con la consiguiente
perturbación de la paz en los distritos rurales y en la agricultura. En Clermont el papa
exhortó con franqueza a los nobles de la Europa occidental a dejar de luchar entre sí y
dedicar sus energías bélicas a los propósitos más nobles de liberar los santos lugares de
Palestina del vil dominio de los musulmanes. La idea fue abrazada con fanática energía.
"¡Dios lo quiere!", exclamó la muchedumbre.
Esta cruzada que se originó en Clermont fue la primera, y en muchos sentidos la que tuvo
más éxito. No fue la cruzada de un rey. Miembros de la pequeña nobleza dirigieron a los
grandes grupos de caballeros que constituyeron un ejército para rescatar los lugares santos