Ver com. vers. 17.
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NOTA ADICIONAL DEL CAPÍTULO 19
En el cap. 12: 17 Juan habla del "testimonio de Jesucristo", el cual es "el espíritu de la
profecía", como uno de los rasgos que identifican al "remanente" (ver el comentario
respectivo y la Nota Adicional del cap. 12).
La palabra "profecía" describe cualquier mensaje inspirado, comunicado por Dios por medio
de un profeta (ver com. Mat. 11: 9). La profecía puede ser una predicción de sucesos
futuros, pero por lo general no lo es. La expresión "espíritu de la profecía" se refiere
específicamente a la "manifestación del Espíritu" en la forma de un don especial del Espíritu
Santo, que inspira al que lo recibe y lo capacita para hablar con autoridad como
representante de Dios (1 Cor. 12: 7-10) cuando es "inspirado por el Espíritu Santo" para
hacerlo (2 Ped. 1: 21). El contexto de la expresión de Apoc. 19: 10 define en este sentido "el
testimonio de Jesús" y el "espíritu de la profecía". En vista de que "el resto" del cap. 12: 17
se refiere específicamente a la iglesia después de terminar los 1.260 días proféticos de los
vers. 6 y 14, es decir, después de 1798 (ver com. Dan. 7: 25), el cap. 12: 17 queda como una
clara predicción de la manifestación especial del "espíritu" o "don" de profecía en la iglesia de
nuestros días. Los adventistas del séptimo día creen que el ministerio de Elena G. de White
cumple en una forma incomparable con los requisitos de Apoc. 12: 17.
Los escritores bíblicos se refieren a más de 20 de sus contemporáneos que ejercieron el don
de profecía, aunque sus mensajes no fueron incorporados al canon. Tales fueron Natán,
Gad, Iddo, Agabo y otros (2 Sam. 7: 2; 1 Crón. 29: 29; 2 Crón. 9: 29; Hech. 11: 27-28; 21: 10).
Además, es evidente que el don de profecía no se limitó sólo a hombres ni en el AT ni en el
NT, pues hubo profetisas como Débora (Juec. 4: 4), Hulda (2 Crón. 34: 22) y las cuatro hijas
de Felipe (Hech. 21: 9).
Ninguno de los escritores del NT sugiere que el don de profecía terminaría con la iglesia
apostólica; por el contrario, Pablo declara que habría de continuar con los otros dones del
Espíritu que enumera en Efe. 4: 11, "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud
de Cristo" (vers. 13). Todos los otros dones especiales mencionados en el vers. 11 siguen
necesitándose en la iglesia, y los hombres y las mujeres aún son capacitados por el Espíritu
Santo para cumplir estas funciones. ¿Por qué habría de considerarse como una excepción el
don de la profecía?
Siempre ha habido manifestaciones falsas del don profético. No sólo sucedió así en los
tiempos del AT (2 Crón. 18; Jer. 27-29), sino que nuestro Señor previno que la iglesia
cristiana sería perturbada por falsos profetas, particularmente a medida que se acercase el
tiempo de su segunda venida (Mat. 24: 11, 24). El poder engañoso de estos falsos profetas
sería tan grande que de serles posible "engañarán... aun a los escogidos". El hecho de que
Cristo advirtiera contra la falsa manifestación del don profético antes de su segunda venida,
es un poderoso argumento para esperar que también habría manifestaciones verdaderas de
este don. De lo contrario podría simplemente haber advertido que no debían aceptar a
ningún profeta.
En armonía con la advertencia de Cristo, Juan aconseja a la iglesia que pruebe a los que
afirman que se les ha confiado dones espirituales (1 Juan 4: 1), a fin de determinar si estos
dones son genuinos. Las Escrituras especifican ciertas normas por las cuales deben medirse
a los que aseguran que hablan por Dios: (1) la vida personal del profeta debe estar en