El papel autorizado del padre era el de relator familiar de historias;
el auténtico papel de un niño era el de oyente. El niño mostraba su
respeto hacia el padre escuchándolo con una disposición a creer y
obedecer. A la larga, el honor del padre estaba en la integridad con
que cumplía su oficio de embajador de Dios en la familia, como
relator de la historia de Dios y maestro de la ley de Dios. Y el honor
que daban los hijos estaba basado primordialmente en su respeto
por ese oficio del padre.
Un hijo honraba a sus padres aún mucho después de que sus papeles
se hubieran invertido. Cuando los padres se debilitaban y el hijo se
fortalecía, cuando el hijo se convertía en el protector de sus padres,
cuando el valor económico de los padres era pequeño
y
el del hijo
grande (Lv. 27.7), el hijo seguía siendo hijo, llamado a honrar a sus
padres. Los padres debían ser mantenidos en el centro ele los asuntos
familiares. Nunca se les mezquinaría el espacio, nunca se les pediría
que dejasen el hogar: "El que roba a su padre y ahuyenta a su madre,
es hijo que causa vergüenza y acarrea oprobio" (Pr. 19.26). El poder de
los padres podía desvanecerse y su autoridad disminuir, pero ante su
hijo siempre representaban a Dios y nunca perdían su dignidad de
protectores y maestros.
La vida de la familia israelita es un esbozo de cómo el mandamiento
divino había calado hondo en las antiguas costumbres judías. De ella
podemos extraer algo del propósito del Señor para las familias más
allá de los límites del tiempo y de la cultura. Lo que se destila es una
noción de honra que va más allá de los deseos sentimentales de una
típica tarjeta para el día de la madre; se trata de un compromiso ético
con el respeto filial y con la lealtad a largo plazo.
La sencilla palabra de Pablo a los hijos cristianos mantiene vigente
la expectativa hebrea: "Hijos, obedeced a vuestros padres en todo,
porque esto agrada al Señor" (Col. 3.20). O háganlo sencillamente
porque "esto es justo" (Ef. 6.1). Aquí hay una forma sobria de honrar
a los padres. Un abrazo o un beso en la mejilla es muy placentero,
pero nada se adecúa mejor a la honra que hacer aquello que los
padres dicen. Por supuesto, la palabra de Pablo se dirige a hijos
jóvenes, no a hijos adultos que tienen que encontrar formas de honrar
a sus padres más allá de la obediencia. La obediencia no es la esencia
final de toda honra; la honra mostrada a los padres y a Dios comienza
con obediencia y sin ella termina en la nada (Stg. 1.26).
I,a dispersa información bíblica nos da algunos indicios de lo que
significaba honrar a los padres. Al niño se le hacía comprender a
temprana edad que había sido traído a la vida y tenía que encontrar
su
propia identidad como miembro de una familia, no como mero
Moralidad y nada más
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