y guardar silencio en la sinagoga acerca de su conversión. En pocas
palabras, los padres de Eduardo le dicen que obedezca el quinto
mandamiento, honrando a sus padres más allá de su propia voluntad.
Los amigos cristianos de Eduardo creen que la fe de él está en
juego y que la lealtad a Cristo debe preceder a la lealtad hacia sus
padres. Creen que debe obedecer a su Señor, como Pedro obedeció
a Dios y no a las autoridades políticas (Ilch. 5.29).
Eduardo parece encarar un conflicto entre su obligación hacia
los padres y la obligación hacia sus propias convicciones. Sus pa
dres fueron las autoridades de Eduardo en lo que es verdadero e
importante. Ahora cree que estaban equivocados en un aspecto cru
cial, un pun to que penetra en el corazón de su vida. Está al borde
de la madurez, con un pie del lado de la adolescencia y el otro en la
a d u l te z . Tiene ed ad su f ic ien te como para h o n ra r su p rop ia
conciencia, pero todavía es demasiado joven y tiene que estar bajo
la autoridad de sus padres. ¿Qué hacer?
Además de todos los factores psicológicos de este conflicto, nos
sentimos presionados en diferentes direcciones por dos importantes
preocupaciones éticas. Al entrar a una situación familiar lo hacemos
con un prejuicio favorable a la obediencia a los padres. También
creemos que la conciencia de un joven de 18 años es tan sagrada
como la de cualquier otra persona. Es más, percibimos que cuando
está implicada la fe de una persona estamos ante un caso especial.
¿Acaso ofrece la Biblia una guía que vaya más allá del mandamiento?
Cristo desató las ligaduras de la honra que debemos a nuestros
padres. Consciente de los efectos que su venida podía tener sobre
los círculos fam iliares, dijo que había ven ido "pa ra pon e r en
disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre"
(Mt. 10.35). ¿Quiso alentar con ello la rebelión de los adolescentes
en nombre suyo? Ciertamente, Jesús no libró a los niños del quinto
m andam ien to , pero dejó claramente establecido que, en casos
decisivos, él precedía a los padres. "El que ama a padre o madre
más que a mí, no es digno de mí" (Mt. 10.37).
Es cierto que, a los doce años, Jesús mismo dejó temblando de
miedo a sus padres por unos días al quedarse atrás para discurrir
con los eruditos rabinos. Pero, incluso aquí, el tema en cuestión es
que después fue a casa con ellos y estuvo "sujeto a ellos" (Le. 2.51).
Abrió la pu e r ta a situac iones especiales en las que el p r im e r
mandamiento —"No tendrás dioses ajenos delante de m í" - pareciera
tener prioridad sobre el quinto, situaciones en las que percibimos
un conflicto entre la obediencia a Dios y la lealtad a nuestra familia.
Pueden presentarse momentos excepcionales en los que el Señor
Moralidad y nada más
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