finalmente, trataremos de ver
cómo
puede obedecerse tal como se
filtra a través de algunos conflictos y complejidades de la vida real.
I. ¿Qué requiere el mandamiento?
Hay un tenaz sentido único en el quinto mandam iento . Para
percibir la agudeza de su enfoque, podemos notar algunas de las
cosas que no dice. Primero, el mandam iento no habla del cálido
afecto que todos los padres anhelan recibir de sus hijos. No les dice
a los hijos que se sientan felices con respecto a sus padres; no nos
dice que debemos anhelar ir de paseo con ellos o que tenemos que
d i s f r u ta r el in v i ta r lo s a cena r ; no a l ie n ta a las re la c io n e s
emocionalmente felices. Lo único que nos manda es
honrarlos.
Además el mandamiento no les dice a los padres que honren a sus
hijos. No se trata del derecho que le corresponde al hijo de ser respetado.
Podemos concordar en que los niños merecen una especie de honra
como preciosos seres humanos, pero este mandamiento no se refiere a
nuestro valor como individuos. Su preocupación es la estructura de la
familia y el papel de los padres como maestros y líderes en ella.
La antigua palabra para honor es algo semejante a "pesadez"
(hebreo,
kabad).
Para honrar a las personas era preciso respetarlas
como quienes llevaban un gran peso en su vida, es decir, permitirles
tener influencia, dignidad y, sobre todas las cosas, autoridad sobre
uno mismo.
Kabad
suena un poco más al ámbito de un colegio militar
que a una cena en casa el día de la madre.
Un hijo que honraba a sus padres pertenecía naturalmente al
cuadro de una antigua familia hebrea. Él clan hebreo se organizaba
alrededor del centro patriarcal. El hombre de mayor edad era el eje
alrededor del cual giraba la rueda de la familia; y esta incluía a los
bisnietos, nietos, hijos, y toda clase de servidumbre, esclavos y
concubinas. Los niños no eran un fastidio ni tampoco un lujo
emocional, sino parte del equipo productivo. Ayudaban a mantener
los estragos de la naturaleza bajo control, y auxiliaban a la familia
en el trabajo del campo. Sobre todo, eran el siguiente capítulo en el
romance de Dios con la familia humana, el eslabón entre el pacto de
Dios del pasado y su salvación en el futuro.
Un hijo, a su vez, era recompensado con la identidad que le proveía
su familia. No era meramente un individuo llamado Pedro o Tomás,
sino un vástago, identificado con el nombre de sus padres: Leví hijo
de Asur. Además los hijos estaban acostumbrados a vivir con un pa
dre autócrata, al que veían como líder del clan, guerrero, sumo
sacerdote y juez, tanto como padre. Podemos entender por qué los
Moralidad y nada más