Página 108 - Clase etica1

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autoridad; no la
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inviste a alguien
antes
de ejercer el poder; y él o ella espera que la
);cnte lo reconozca. Sin embargo, a otro nivel, la gente afectada por
la au toridad es la que determina si alguien la tiene o no. La gente
tiene que creer y afirmar que una persona tiene autoridad; de otra
manera, y en forma muy real, la privan del poder y, con ello, de la
au toridad verdadera.
Lo que se observa es un diálogo dinámico entre una persona que
reclama autoridad porque se le ha otorgado el derecho, y aquellos
que le creen, y por creerle le ad jud ican la capac idad de tener
autoridad . Un gobierno, no importa cuán legítimo sea en cuanto a
la ley, pierde autoridad cuando la gente ya no cree que tiene el poder
o el derecho de gobernar. El método de un científico puede ser
íntegro y sus descubrimientos verificables, pero no tiene autoridad
en su campo has ta que sus pares se la acred iten . Su derecho
intrínseco no es suficiente; es preciso que le crean. De igual manera,
para ser una au toridad necesitamos ser investidos no solamente
por Dios, la tradición, el sistema legal o nuestra propia experiencia,
sino también por la gente a la que queremos gobernar, guiar, enseñar
o influenciar de otra manera.
Jesús ilustra la dinámica de la autoridad personal. El tenía legítimo
poder para cambiar el alma de las personas, para encauzarlas, para
guiarlas a un nuevo mundo. Ningún aparato legal le había conferido
autoridad; no portaba emblema y nunca viajó en compañía de una
guardia militar. Sin embargo, decía tener suprema autoridad. Dijo:
"Dios me ha dado toda au toridad" (Mt. 28.18 VP), y la gente se
asombraba ante la imputación de tal autoridad (Mt. 7.29).
Pero, aunque Jesús vino con autoridad en virtud de ser quien
era, su legitimidad tenía que ser creída. Nadie dudaba de su poder.
Pero algunos decían que este no era legítimo, que era del diablo
(Mt. 9.34) y que, por eso, carecía de autoridad, del derecho de guiar
a la gente y de influenciar sobre su voluntad. Algunas pocas veces
perdió su poder cuando la gente rehusaba creer en la legitimidad
de sus afirmaciones. En Nazaret no pudo hacer muchos milagros
porque la gente no
creía
que tenía autoridad (Mr. 6.5). De alguna
manera, difícil de captar totalmente, necesitaba de la fe de la gente
para ejercer au toridad .13
¿Qué fue lo que convenció a la gente de la autoridad de Jesús?
Oyeron, vieron y sintieron que había algo
en
Jesús que los hacía
creer en la leg itim idad de su poder. Sin duda percibieron que
representaba la tradición de la esperanza mesiánica que era la esencia