Pero aquí en la tierra, muy pocos de aquellos por quienes se lucía este inmenso sacrificio,
estaban conscientes de lo que estaba pasando.
Sin embargo, el Padre celestial, no queriendo que la muerte de su Hijo pasara inadvertida,
había preparado un plan para lograr la máxima atención posible para el acontecimiento.
Era un plan que tomaba en cuenta la flaqueza y la idiosincrasia de la humanidad y la
naturaleza de sus ideas preconcebidas. A fin de lograr sus propósitos, el Señor retuvo
momentáneamente una parte de la verdad, permitiendo que se perpetuara una idea equivocada
acerca de la naturaleza de lo que iba a acontecer. (141)
Esta equivocación se hizo evidente en la Entrada Triunfal.
Haciendo una imitación deliberada de la manera en que entraba un rey victorioso, Cristo
aprobó y aun alentó el alboroto de la población y de los miles de peregrinos que llegaban a
Jerusalén para celebrar la pascua (Mat. 21:8-11).
En realidad, era apropiada la Entrada Triunfal, pues Cristo estaba a punto de triunfar. Con
su crucifixión y muerte aseguraría su victoria sobre Satanás y la paz duradera para el universo.
Pero en toda esa multitud, ¿quién entendía o tenía algún concepto de la manera en que esta
victoria se obtendría a través de una cruz? Ciertamente los discípulos del Señor no entendían.
Estaban tan lejos como los demás de comprender el significado de esa Entrada.
Supongamos que Cristo hubiese anunciado en términos literales lo que iba a suceder:
“Oídme, todos. El próximo viernes voy a morir crucificado, y eso significará la derrota definitiva
sobre Satanás”. Dada la mentalidad prevaleciente, es difícil creer que un anuncio tal hubiera
logrado el propósito de Dios. Pero la Entrada Triunfal sí logró dicho propósito. Después de la
aclamación y los vítores, la atención del público quedó enfocada sobre Jesús de una manera
extraordinaria, Dice el relato que “cuando entró en Jerusalén toda la ciudad se conmovió” (Mat,
21:10). Y una semana más tarde, cuando un “viajero” parecía no estar enterado de la crucifixión, le
dijeron: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han
acontecido?” (Luc. 24:18).
Debido a la Entrada Triunfal, ya era imposible para los dirigentes realizar la muerte de
Jesús en secreto; y muchos hubo entre aquella multitud que, después de la crucifixión,
escudriñaron las Escrituras para comprender el misterio de su muerte expiatoria. Dos meses más
tarde, tres mil fueron convertidos en un solo día, cuando oyeron de labios del apóstol Pedro la
verdadera explicación de lo que significaba para ellos su sacrificio, una explicación que no habrían
estado en condiciones de entender sí la hubieran recibido el Domingo de Ramos, cuando una
parte de la verdad fue ocultada de su vista. (142) De manera parecida, en los años anteriores a
1844, estaba por terminarse
la
demora de los 2,300 años profetizada en el libro de Daniel (8:24).
Durante todos estos años Satanás había difundido su propaganda mentirosa, había impugnado la
ley divina y había atacado con violencia a los fieles (Dan. 7:25, 26; 8:10-14, 24, 25). Había llegado al
extremo de sentarse en el templo de Dios luciéndose pasar por Dios (2 Tes. 2:3-12; Dan. 8: 11-14).
Desde el principio, cuando el enemigo lanzó su ataque contra el gobierno divino, había
desafiado la posición de Dios como Rey del universo, insinuando que si las riendas estuvieran en
manos de él, todo marcharía mejor. Para contestar esta pretensión, Dios le dio libertad durante