Page 105 - Vengo en Breve1

Basic HTML Version

el libro (ver Eze. 3:3-10). Los primeros adventistas estudiaron día y noche las grandes profecías de
Daniel. (144)
Llenaron su vida y su corazón del mensaje. Era su tema predilecto de meditación y
conversación. ¡Qué dulce era para ellos la esperanza que les traía el libro! ¡Imagínese! ... ¡estar
pronto con Jesús! Adiós tentación y pruebas, adiós vejez, enfermedades y dolor. No más
hospitales, no más despedidas en el lecho de muerte, no más hijos que lloren a su padre. Fin de la
injusticia, la tiranía y la opresión. Sentarse bajo las ramas del árbol de la vida, beber de esa agua
que sale del trono de Dios. ¡Qué gloriosas reuniones! ¡Qué abrazos y lágrimas de alegría!
El pastor Carlos Fitch, quien había sido especialista en publicidad para el lamoso
evangelista Carlos Finney, llegó a creer en el mensaje del pronto retorno de Jesús y dedicó sus
talentos a la causa. Diseñó un diagrama gráfico de las profecías y mandó imprimir miles de
ejemplares que fueron usados por los predicadores milleritas en todas partes.
Una tarde de mucho frío, cuando faltaban pocos días para el cumplimiento del tiempo
profético, Fitch hizo caso omiso del clima y bautizó en un lago a tres grupos de nuevos creyentes.
El resultado para los nuevos creyentes fue la paz en el alma, pero para Fitch fue una neumonía que
resultó tan severa que pocos días después lo condujo a la muerte.
El periódico millerita, Clamor de media noche, informó el incidente, pero dijo que la
“esposa y los niños están ahora en Cleveland, esperando confiadamente la venida del Señor para
reunir a los miembros de la familia”; y añadió que “la Hna. Fitch está [...] sonriente y feliz”. ¿Por
qué iba a llorar cuando tenía la certeza de que dentro de sólo quince días más estaría nuevamente
con el fiel esposo?
Ah, sí... ¡Muy dulce en la boca era aquel mensaje, pero qué amargo el amanecer de aquel
día, 23 de octubre, cuando se dieron cuenta de que sus esperanzas habían sido vanas! (145)
Hiram Edson, que pasó por la amarga experiencia, escribiría más tarde: “Esperábamos
confiadamente ver a Jesucristo y a todos los santos ángeles con él, y .1 todos los demás fieles de
los siglos pasados, y a otros amados amigos que habían sido arrebatados de nosotros por la
muerte. [...] Se habían levantado hasta el máximo nuestras esperanzas y quedamos esperando la
venida de nuestro Señor hasta que el reloj marcó las doce de la noche. [...] Nuestras más caras
esperanzas quedaron destruidas y vino sobre nosotros un espíritu de llanto tal como yo jamás
había experimentado. [...] Lloramos y lloramos hasta el amanecer”.
Una tarea inconclusa
Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas
y reyes (vers. 11).
Los que habían gustado la dulzura del libro de Daniel en aquellos años anteriores a 1844,
creyeron que su tarea estaba terminada.
Con fervor habían trabajado; la exaltación de Cristo y las nuevas de su segunda venida
habían sido su comida y su bebida, su amanecer y su anochecer durante mucho tiempo. Algunos
habían vendido todo —casas, campos y negocios— he invertido hasta el último centavo en la
predicación del mensaje.