Capitulo Doce
La iglesia y el dragón
Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo
de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas (vers. l).
Una mujer vestida del sol
En varios pasajes de la Biblia la figura de una mujer representa a la Iglesia. Isaías y
Jeremías la comparan con una virgen, la hija de Sión (isa. 37:22; Jer. 6:2); San Pablo dice
que es la esposa de Cristo (Efe. 5:25-32), mientras que el Apocalipsis la llama la desposada
del Cordero (19:7,8; 21:9).
Aquí la encontramos vestida del sol. Debajo de sus pies está la luna y su cabeza se
encuentra engalanada de estrellas. Llama la atención que todos los elementos de su
atavío son obras creadas por Dios; ninguno es de confección humana. La iglesia se adorna
con la belleza del carácter divino (Apoc. 3:4; 15:16; 19:8). La justicia que la cubre y la
ampara es la de Cristo. (163)
Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbra-
miento. También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que
tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la
tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró
frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como
naciese (vers. 2-4).
Acerca de la identidad del gran dragón rojo no existe ninguna duda, pues nos dice
el versículo nueve que es la “serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás”.
Esta profecía nos lleva hasta los albores de la era cristiana cuando estaba por nacer
el Salvador del mundo, y nos hace ver el implacable odio de Satanás para con Cristo y la
iglesia; describe la forma en que el enemigo quiso vencer al Salvador desde el momento
en que éste nació.
El primer rugido del dragón se escuchó en la pequeña aldea de Belén, cuando el
rey Herodes mandó matar a todos los niños menores de dos años con el intento de quitar
la vida al Salvador (Mat. 2: 1-18). Este mismo odio se manifestó durante cada momento de
la vida de Cristo, y llegó a su expresión máxima en la cruz del Calvario. Pero la profecía
revela también el resultado de la lucha.