El Hijo varón
Y ella dio a luz un hijo varón que regirá con vara de hierro a todas las naciones, y su
hijo fue arrebatado para Dios y para su trono (vers. 5).
Durante largos siglos Satanás había hecho alarde de su poder sobre los hombres.
Cuando comprendió que Cristo iba a venir al mundo en forma humana, se llenó de
asombro. Declaró que en este caso, su victoria estaba asegurada. “Ningún hombre me ha
podido resistir —decía—. Con seguridad, éste también caerá”. (164)
Pero las cosas no salieron como Satanás esperaba. Más y más aumentó su ira y
frustración al ver cómo el Hijo de Dios salía victorioso de cada encuentro. Así que cuando
se preparó para el último enfrentamiento, el que se debía realizar en la cruz, hacía sus
planes con una furia nacida de la desesperación.
La derrota del dragón
Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el
dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron ni se halló ya lugar para
ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama
Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles
fueron arrojados con él. Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido
la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo; porque ha sido
lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro
Dios día y noche (vers. 7-10).
Aquí la cámara profética nos ofrece una mirada retrospectiva hasta los albores del
tiempo, y nos recuerda que la terrible lucha entre Satanás y Cristo que se verificó en el
monte Calvario no fue sino la culminación de una guerra que había empezado hacía más
de cuatro mil años en el cielo mismo.
El enemigo de nuestras almas había sido el ángel más exaltado de la hueste
celestial. Pero llegó un momento cuando este ser glorioso se rebeló y desafió
abiertamente el gobierno del cielo.
El camino más fácil y sencillo para Dios en ese momento hubiera sido el de destruir
a Satanás y borrar la memoria de su existencia de la mente de todos los demás seres
creados. Pero tal forma de proceder hubiera destruido para siempre un principio
fundamental del gobierno divino: el principio del libre albedrío.
El mismo hecho de que Dios es amor, significa que no le satisface un servicio que
se le rinda por temor o por obligación. Por eso mismo había dotado a ese ángel, como a
todos los demás seres creados, de la facultad de escoger entre el bien y el mal. (165)
A fin de sostener ese principio de su gobierno, el Rey del universo no destruyó
instantáneamente al gran rebelde, sino que estuvo dispuesto a emprender una misión de