rescate. Siendo infinito también en la humildad, se dedicó a la difícil y arriesgada tarea de
apelar a la razón de los seres inteligentes del universo. Empezó presentándoles evidencias
y demostraciones visibles para hacerles entender que era Satanás el que había mentido, y
no Dios.
Aquí mismo en el capítulo 12 se nos revela que, si bien es cierto que la batalla
empezó en el cielo, no terminó allí. Pronto se trasladó a la tierra. Descubrimos, además,
que Satanás no participó solo de la rebelión, pues, dice el relato que “su cola arrastraba a
la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra” (vers. 4). La tercera
parte de los ángeles celestiales prefirió creer las mentiras del engañador. Junto con su
jefe, estos ángeles fueron lanzados al planeta tierra en el principio de su rebelión.
Pero aun cuando quedara excluido del cielo, el engañador mantuvo por un tiempo
ciertos privilegios. De esto se jactó cuando se enfrentó con Cristo en el desierto de la
tentación y le enseñó los reinos del mundo. Le dijo: “A ti te daré toda esta potestad y la
gloria de ellos, porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy” (Luc. 4:6).
Aseguraba que Adán había cedido a su dominio, y que, por tanto, el señorío que éste
ejercía (Gén. 1:26, 28) ahora le correspondía a él.
Era falsa esta afirmación. El señorío perdido por Adán le pertenecía a Cristo. Desde
el mismo momento de la caída se había interpuesto para salvar a la humanidad; era el
Cordero inmolado desde la fundación del mundo (l Ped. 8-20; Apoc. 13:8). Pero, a fin de
lograr su propósito de persuasión, Dios permitió que Satanás ejerciera, en cierta medida,
el dominio usurpado, esperando el momento cuando los seres no caídos pudieran
entender mejor la verdad de la situación. Por esto encontramos que en el libro de Job
Satanás se presenta en el concilio celestial como representante de esta tierra (Job 1:6).
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Y por esto Cristo mismo lo llamó “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31, etc.).
Satanás, el gran moralista
Aunque estaba excluido del Cielo, el enemigo no quedó totalmente privado de su
contacto con los seres santos que permanecieron fieles a Dios. Y aprovechó cada
oportunidad para señalar los pecados de la humanidad como una evidencia de que él
tenía razón cuando decía que Dios no es justo. Como "acusador de los hermanos, [...] los
acusaba delante de nuestro Dios día y noche” (Apoc. 12:10). Señalaba la condición
pecaminosa de la raza humana y especialmente de los “hermanos” los que profesamos ser
hijos de Dios. “Todos han pecado —dijo (Rom. 3:23) —, y con esto se comprueba que es
imposible cumplir con lo que Dios exige. Si Dios quiere mantener la justicia legal, entonces
no puede perdonar a nadie. En cambio, si quiere salvar a éstos que son grandes
pecadores, tendrá que abandonar el principio de la justicia y admitir i|ue su ley no puede
ser obedecida”. De cualquier forma, Satanás salía ganando porque habría forzado la mano
de Dios y probado que es un mentiroso.