La respuesta
La respuesta de Dios fue la vida de Jesucristo y su sacrificio en la cruz del Calvario.
“Cuando estabais muertos en vuestros delitos [...] os dio vida juntamente con [Cristo],
habiéndonos perdonado todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda
que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en
medio, clavándolo en la cruz” (Col. 2:13, 14, LBLA).
Mediante el incomprensible sacrificio del Calvario, Dios estableció de una vez para
siempre su derecho de ofrecer la salvación a todo ser humano. Lejos de abrogar la ley,
Cristo hizo precisamente lo que él dijo que había venido a hacer (Mat. 5:17): confirmó la
ley, pues como hombre la cumplió, probando así que un ser humano que depende
totalmente de Dios, sí la puede obedecer. (167)
Además, Cristo sufrió la segunda muerte y con ello pagó en su propio cuerpo el
precio de la redención para toda la humanidad. De esta manera, su sangre llegó a ser el
precio de nuestro rescate; la propiciación puesta por Dios “a fin de que él sea a la vez el
justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom. 3:24-26). La batalla que había
empezado en el cielo antes de que se estableciesen los cimientos de la Tierra, se ganó
definitivamente en la cruz. Allí “la misericordia y la verdad se encontraron; y la justicia y la
paz se besaron” (Sal. 85:10).
Por lo tanto, “¿quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica;
¿quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el
que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Rom.
8:33,34).
Los seres no caídos se estremecieron de horror al ver la furia enloquecida con que
Satanás torturó a Jesucristo en la cruz del Calvario. Fue de esta manera como se disipó la
última duda, y fue arrancada definitivamente la máscara del enemigo. Unos pocos días
antes de morir, Cristo había dicho: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Luc.
10:18). Y se refería directamente a su muerte cuando exclamó: “El príncipe de este mundo
será echado fuera” (Juan 12:31). El cumplimiento de esta profecía vino precisamente en el
momento cuando Cristo exclamó: “Consumado es”.
Hasta ese momento había existido el peligro de que algún miembro de la familia
celestial llegase a creer las acusaciones que Satanás lanzaba constantemente contra Dios,
y tomase la decisión de unirse a las filas del enemigo. Pero con la muerte de Jesús ese
peligro ya no existía. Todos los seres celestiales habían visto suficientes evidencias, habían
oído suficientes razones de ambas partes. Durante miles de años habían escuchado las
acusaciones y mentiras del enemigo, y ahora en la cruz estaban viendo la máxima
demostración de la verdad de Dios. (168)