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El autor o instrumento humano que transmitió esta revelación fue un hombre
llamado Juan.
En el siglo III, un tal Dionisio de Alejandría (200-265 d. C.), discípulo del hereje
Orígenes, notó que el vocabulario y estilo del Apocalipsis no se parecen a los que usa Juan,
el apóstol amado en su evangelio. “Por lo tanto —dijo Dionisio—, no puede ser el mismo
autor”. La discusión sobre este tema continúa hasta el día de hoy. Tenemos, sin embargo,
bases sólidas para afirmar que el autor fue, en realidad, el discípulo amado.
Sobre todo, observamos que los dirigentes de la iglesia primitiva no mostraron
dudas al respecto. Era un tiempo cuando abundaban los escritos espurios, y los dirigentes
de la iglesia se mantenían siempre en guardia para no aceptar algo falso. Sin embargo,
éstos, los que estuvieron más cerca de los hechos, unánimemente atribuyeron la autoría
del libro a Juan el amado discípulo de Jesús.
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Pero, mucho más importante que cualquier discusión de la identidad del autor, es
la seguridad que tenemos acerca de su origen divino. Entre las poderosas evidencias de su
inspiración contamos: (l) la asombrosa profundidad y el alcance de sus temas, (2) la
estrecha coordinación y armonía de su mensaje con el del resto de la Biblia, (3) la
“arquitectura” perfecta de su estructura literaria y temática, (4) el cumplimiento de sus
pronósticos históricos.
Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete
espíritus que están delante de su trono; y de Jesucristo el testigo fiel, el
primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos
amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y
sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los
siglos. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es
y que era y que ha de venir, el Todopoderoso
(vers. 4-8).
El saludo que trae el libro es extraordinario. Se mencionan al Padre celestial, “el
que es y que era y que ha de venir”; al Espíritu Santo, simbolizado por los siete espíritus o
lámparas del santuario (ver Apoc. 4:5; 5:6); y a nuestro Señor Jesucristo, “el que nos amó y
nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. Así están representados cada uno de los
personajes de la Santísima Trinidad. Se unen los tres para compartir este mensaje. Es un
indicio de la importancia que el Cielo atribuye al mensaje del Apocalipsis, y es una
promesa de la presencia divina que acompaña al que investiga con el sincero deseo de
comprender sus verdades.
La
iglesia atribulada
Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino
y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos por causa de
la palabra tic Dios y el testimonio de Jesucristo
(vers. 9).