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muerte horrible, ¿se ha puesto a pensar que hay algo que sería muchísimo peor que morir
incinerado? Sería vivir entre llamas y no poder morir jamás. Y, sin embargo, esto es lo que
aparentemente se describe aquí. (199)
No hay duda de que esta profecía presenta un problema. ¿Acaso no dice la Biblia
que “Dios es amor”? (1 Juan 4:8). ¿No dice, además, que es “misericordioso y clemente”?
(Sal. 103:8) Por su parte, Jesús dijo que el bondadoso Padre celestial se preocupa del
gorrioncito y que se entristece por su caída (Mat, 10:29-31). ¿Cómo podría creerse,
entonces, que Dios va a tomar a los hombres que no le obedecen y les va a aplicar un
castigo de fuego eterno?
Para buscar la respuesta, notemos primeramente que en el Apocalipsis aparecen
muchas expresiones que aluden a eventos históricos o a profecías de siglos atrás. Y la
profecía del tercer ángel es una de ellas. Incluye algunas frases que aparecieron primero
en un mensaje dado por el profeta Isaías en el siglo VIII a.C. acerca del antiguo pueblo de
Edom. En aquel entonces, los edomitas estaban persiguiendo al pueblo de Dios. Isaías,
refiriéndose a ellos, escribió lo siguiente:
“Y sus arroyos se convertirán en brea [alquitrán], y su polvo en azufre, y su tierra
en brea ardiente. No se apagará de noche ni de día, perpetuamente subirá su humo; de
generación en generación será asolada, nunca jamás pasará nadie por ella” (Isa. 34:9,10).
Esta profecía se cumplió. Dice acerca de Edom: “De generación en generación será
asolada”; y, efectivamente, Edom ya no existe.
Pero observe la primera parte de la profecía. Dice que su humo subirá “per-
petuamente”. ¿Acaso los arroyos de Edom hoy siguen ardiendo? ¿Estará subiendo su
humo en este momento? Claro que no. Entonces, ¿cómo podemos afirmar que la profecía
se cumplió? Sencillamente porque cuando vino la invasión que destruyó a los edomitas,
fue como un fuego abrasador. Fue un castigo tan fulminante que un incendio no podría
haber sido peor, y tuvo resultados duraderos: el humo de los edomitas ascendió a los
cielos en forma permanente, definitiva. Los efectos de ese fuego fueron imborrables.
De la misma manera, el juicio final será terrible en su aplicación y permanente en
sus efectos. El profeta Malaquías dijo acerca de ese evento: “Porque de aquí, viene el día
ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán
estopa; (200) aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les
dejará ni raíz ni rama” (Mal. 4: l). El apóstol Pedro escribió que en el fuego del día final
todas las cosas “han de ser deshechas” (2 Ped. 3:11), y el mismo Apocalipsis nos asegura
que el fuego del día final va a “consumir” a los pecadores (Apoc. 20:8-12).
Ninguno de estos pasajes insinúa que los perdidos van a sufrir un tormento
interminable. Lo que dicen es que después del juicio final los reprobados serán destruidos
en forma definitiva y final. Su castigo tendrá un efecto permanente. Por esto, la Biblia