De la misma manera como la obertura de un oratorio da la nota tónica y quizás un
trozo de las principales piezas que han de seguir, vemos que este primer capítulo empieza
dándonos un anticipo de todo el Apocalipsis. El anciano apóstol se encuentra meditando y
en profunda comunión con Dios cuando de repente es sorprendido en su contemplación
al oír detrás de él una gran voz como de trompeta. Vuelve para ver al que habla y ve a uno
que es "semejante al Hijo de hombre”. Este hermoso nombre tiene un profundo
significado para el cristiano.
Lo encontramos en el libro de Daniel donde el profeta dice que fueron puestos
tronos y el Anciano de días (el Padre celestial) se sentó frente a los libros abiertos para
realizar el juicio. En ese momento crucial, dice el profeta: "Miraba yo en la visión de la
noche y he aquí con las nubes del cielo venía uno como el
Hijo del Hombre
que vino hasta
el Anciano de días y le hicieron acercarse delante de él” (Dan. 7:13).
No es en su carácter de Rey de reyes y Sustentador del universo que nuestro
Salvador viene para representarnos ante el trono Celestial, sino como "hijo de hombre” o
sea, como un ser humano. Es precisamente su carácter humano el que le da el derecho de
realizar esta obra. “También [el Padre] le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el
Hijo del Hombre” (Juan 5:27).
Con justa razón este nombre fue el que más le gustaba a Cristo aplicarse durante
su ministerio terrenal. Fue en su carácter humano como el Salvador venció al enemigo en
su propio terreno y ganó la victoria en la cruz. “Así que, por cuanto los hijos participaron
de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte
al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. [...] Porque ciertamente no
socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía
ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo
sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto
él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”
(Heb. 2:14-18).
Ahora, ante el anciano profeta, Cristo se presenta como uno que conoce nuestra
aflicción, siendo que él mismo ha probado el dolor y sufrimiento humanos (Heb. 4:14-16).
Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos
como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente
como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su
diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su
rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le vi, caí
como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: "No
temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he
aquí que vivo por siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y
del Hades (vers. 14-18).