Pero, la expresión puede dar una idea equivocada, porque nunca se acabará la
gracia que es la aplicación de la justicia divina para nuestra salvación. Los fieles que viven
en el tiempo del fin no confiarán en su propia justicia o santidad para salvarse. Sus
esperanzas se cifrarán siempre y únicamente en Cristo y en su perfecta santidad. Su canto
será: “Sólo tú eres santo”. (215)
En el antiguo tabernáculo, el incienso ascendía del altar durante todo el año,
símbolo de la gracia divina. Y en el día del juicio, simbolizado por el día de expiación, lejos
de apagarse el incienso, se le añadía más (Lev. 16:12, 13; Apoc. 8:1-4).
Pero debemos tener claro que el pueblo de Dios no puede estar todavía
consintiendo el pecado en ese momento. No debe tener pecados acariciados, pecados
conocidos de los cuales no se haya arrepentido. Si así fuera, le será imposible ya obtener
el perdón, puesto que ya nadie puede entrar en el templo. En este sentido, ya no habrá
más gracia. Esta verdad es de vida o muerte para nosotros. La entrega completa a Dios es
la forma como debemos vivir hoy. “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica
a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3).