ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y ¡a quemarán con fuego
(vers. 14-16).
Los eventos descritos aquí son los mismos representados bajo el simbolismo de la
séptima plaga, donde dice que “la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para
darle el cáliz del vino del ardor de su ira” (Apoc. 16:19). Aquí se describe la destrucción de
la ramera cuyo nombre es Babilonia. Al estudiar estos versículos junto con la séptima
plaga, entenderemos mejor cómo vendrá esa destrucción.
El primer evento mencionado es que los diez reyes “pelearán contra el Cordero”.
Ya hemos visto la manera en que lo hacen, promulgando leyes que desafían la autoridad
del Cordero y lanzando, finalmente, un decreto de muerte contra su pueblo (Apoc. 13:15).
Pero “el Cordero los vencerá”. A la hora señalada para llevar a cabo el decreto de
muerte, se escuchará “una gran voz del templo del cielo, del trono diciendo: ‘Hecho está’”
(Apoc. 16:17). Al sonido de esta voz, habrá “un gran temblor de tierra, un terremoto tan
grande cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra, [...] y
toda isla huyó, y los montes no fueron hallados” (Apoc. 16:18-20).
Los que han sentido alguna vez la violencia de un terremoto saben lo pequeño e
impotente que es el ser humano cuando se tambalean los cimientos de la tierra. Y el
movimiento sísmico profetizado aquí es de una magnitud tal que la misma configuración
de la tierra será transformada: “Toda isla huyó y los montes no fueron hallados”. Es fácil
comprender por qué razón los malvados quedan paralizados de terror y se detienen en su
misión de muerte contra el pueblo de Dios, y por qué se dan por vencidos sin más
resistencia.
El siguiente acto en el drama es la destrucción de Babilonia. Toda la indignación de
los reyes [los dirigentes civiles] y de las masas se vuelca ahora contra la ramera porque
ella fue la que los engañó. Ella —los dirigentes de la triple alianza— produjo las grandes
señales y los prodigios mentirosos para convencer a los moradores de la tierra que
adorasen a la bestia y a su imagen, y que tomasen la decisión fatal de recibir su marca, su
número o su nombre. (239)
Por supuesto, el pueblo también formaba parte de Babilonia, pero las multitudes
no están dispuestas de ninguna manera a aceptar la responsabilidad de sus propias
acciones. Ellos mismos mostraron una voluntad terca al no aceptar la verdad de Dios y
despreciar la luz que inundaba la tierra con el mensaje del cuarto ángel (18:1-5). Pero
ahora, en su desesperación, buscan a quien culpar y se vuelven contra Babilonia,
dirigiendo su ira especialmente contra los líderes de la triple alianza.
Los dirigentes religiosos habían ejercido dominio sobre las aguas de Babilonia, o
sea sobre las multitudes (Apoc. 17:1,15). Pero ahora, definitivamente, las aguas del río se
les han secado, y las multitudes se vuelven contra ellos en furioso ataque (Apoc. 16:12;