17:15,16; 19:20). Es terrible la ira del pueblo contra los falsos maestros, y lo que sigue es
una escena de venganza y derramamiento de sangre. “Aborrecerán a la ramera, y la
dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego” (17:16).
El profeta Ezequiel contempló en visión una representación de esta misma escena
y dice que la destrucción comenzó con “los ancianos que estaban delante del templo”, o
sea con los dirigentes religiosos, y después continuó hasta alcanzar a todos (Eze. 9:6).
El profeta Jeremías escribió: “Aullad, pastores y clamad; revolcaos en el polvo,
mayorales del rebaño; porque cumplidos son vuestros días para que seáis degollados y
esparcidos, y caeréis como vaso precioso. [...] ¡Voz de la gritería de los pastores, y aullido
de los mayorales del rábano! porque Jehová asoló sus pastos” (jer. 25:34, 36).
¡Armagedón!
Y hasta el mismo nombre de la batalla refleja este significado. “Armagedón”, en
hebreo significa “Monte de Meguido”. Algunos estudiosos han quedado perplejos por este
nombre, pues el antiguo Meguido no era un monte sino una ciudad en el Valle de Jezreel.
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Pero un estudio de la geografía del lugar devela el misterio, pues Meguido sí tenía
su monte: era el Monte Carmelo que es una montaña larga, casi una cordillera, visible
desde Meguido. El torrente de Cisón, que pasa cerca de la ciudad, es llamado en la Biblia
“las aguas de Meguido” (Juec. 5:19,21); y de la misma manera, el Monte Carmelo
constituye el Monte de Meguido. Así que la batalla del Armagedón es la batalla del Monte
Carmelo.
Con esto, se aclara el significado del nombre “Armagedón”, pues una gran batalla
física y espiritual se libró precisamente en el Monte Carmelo. Después de largos años de
apostasía y ruina acarreadas por el falso sistema de adoración que introdujo Jezabel, Elías
citó al pueblo para que acudiera al Monte Carmelo y dijo: “¿Hasta cuándo claudicaréis
vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”.
Era clara la elección que les tocaba hacer, pero la Biblia registra que “el pueblo no
respondió palabra”.
Acto seguido Elías construyó dos altares: uno para Baal y otro para Jehová, y dijo:
“El dios que respondiere por medio de fuego, ese sea Dios. Y todo el pueblo respondió:
Bien dicho” (l Rey. 18:21, 22).
El Señor respondió a la oración del profeta, y descendió fuego del cielo para
consumir el sacrificio que Elías había colocado sobre el altar. Con eso, se produjo un
tremendo despertar entre el pueblo. Lo que ocurrió después de eso es muy significativo:
el pueblo se volvió furioso contra los dirigentes religiosos que lo habían engañado. Los
persiguieron, y siguió una escena terrible de venganza y retribución (vers. 40).