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Invitación a las bodas
Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas
del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se
vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones
justas de los santos (vers. 7, 8).
¡Muy hermoso es este anuncio!: “Han llegado las bodas del Cordero y su esposa se
ha preparado” (compárese con Mat. 22:1-14). Y ¿en qué consiste la preparación de la
esposa? (251) Se ha vestido de lino fino, de “las acciones justas de los santos” (ver
también Efe. 5:25-32; 1 Juan 3:2,3; Apoc. 3:5,18; 19:14).
En esto se destaca la maravillosa paradoja de Dios: es el momento cuando el mal
ha llegado a su punto culminante, cuando el Espíritu Santo se ha apartado para ya no
llamar más a los pecadores, cuando todas las diversas artimañas tramadas durante siglos
por el enemigo han alcanzado su punto de convergencia; y es precisamente en este
momento cuando triunfa el bien. Así como lo había hecho en la cruz, Cristo arrebata la
victoria de las fauces del enemigo y, con gran regocijo, presenta ante el universo a su
novia que es la iglesia (ver Efe. 3:10; Jud. 1:24).
Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena
de bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios (vers.
9).
Ésta es la cuarta de las siete bienaventuranzas del Apocalipsis.
Se nota una vez más que el sistema de valores del cielo es todo lo contrario del
sistema de este mundo. “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos” (2
Cor. 4:4). Para ellos, los seguidores del Cordero son desgraciados y despreciables; pero, a
la luz de los valores eternos, son dichosos. Son eternamente bienaventurados porque el
Cordero ha llevado cautiva a la cautividad y ha tomado dones para repartirlos
generosamente entre los hombres (Sal. 68:18; Efe. 4:8; compárese con Apoc. 13:15). Y
entre los dones más preciosos está la invitación a las bodas del Cordero.
Esta hermosa invitación impresiona al profeta hasta el punto que se olvida de sí
mismo y siente un poderoso impulso a adorar:
Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira no lo hagas; yo soy
consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora
a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía (vers. 10).
(252)
Acerca de este extraordinario llamado a la adoración, se hace un extenso
comentario en el análisis de Apocalipsis 12:17 y 22:6, 8, 9.