aclarar las cosas, de “demostrar su justicia” (Rom. 3:25, 26) a los seres inteligentes del
universo. Por esto no se limita Dios a publicar la lista de los redimidos.
Los seres humanos, con su rebelión y pecado, han traído angustia y sufrimiento al
universo y, antes de llevarnos al cielo, el Señor quiere asegurar a los hijos leales que
nuestra presencia allá no pondrá en peligro otra vez la paz. No quiere que suceda como en
el caso del hermano mayor que no estuvo de acuerdo cuando el padre recibió de vuelta al
hijo pródigo (Luc. 15:25-32). (262)
Quiere aclarar que actuó con justicia cuando pasó por alto nuestros pecados (Rom.
3:24) y cuando condenó a los perdidos.
Este es, pues, el significado de la multitud de testigos que Dios reúne para
presenciar la primera fase del juicio (Dan. 7:8). Es el significado de la gran multitud que, al
finalizar el juicio, exclama: “¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor, Dios
nuestro; porque sus juicios son verdaderos y justos” (Apoc. 18:1). Y por esto la primera
fase del juicio final debe llevarse a cabo antes del segundo advenimiento.
Pero ¿por qué participarán los redimidos en la segunda fase del juicio final, la que
se realiza durante los mil años? Y ¿qué tienen que hacer ellos en el proceso? La palabra de
Dios revela que en el momento de la segunda venida, cuando Cristo Jesús aparezca en las
nubes del cielo, y separe las “ovejas” de los “cabritos”, habrá muchísimas sorpresas (Mat.
25:31-46). Es que tenemos muchas veces un concepto equivocado acerca de quién es
digno de recibir la salvación (ver 1 Sam. 16:7; Rom. 14:10-12). Entre los que se pierden se
encontrarán muchos que fueron conocidos y queridos de los redimidos. “¿Cómo será
posible —dirán— que este hombre que fue siempre tan bueno, amable y sincero no se
encuentre aquí con nosotros gozando de la salvación? No nos parece justo que se pierda y
tenga que sufrir el castigo del fuego eterno”. Para resolver esta interrogante y disipar esta
posible duda, el Señor ha establecido esta segunda fase del juicio. Y por esto es necesario
un tiempo de demora entre la segunda venida de Cristo y la gran consumación de todas
las cosas, pues antes de la destrucción definitiva de los impenitentes, el Señor quiere
revelar también a los redimidos la perfecta justicia de sus caminos.
Un registro sellado
Pero hay una parte de estos registros que va a permanecer eternamente sellada;
es la historia de los pecados cometidos por los redimidos. Ningún ojo curioso verá jamás el
relato de los fracasos que han ocasionado pesar y amargo arrepentimiento en los hijos de
Dios. (263)
Por su infinita gracia y amor, “Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos
todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él
anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz” (Col. 2:13, 14, NVI; véase