C
APITULO
V
EINTIUNO
Del cataclismo al paraíso
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra
pasaron, y el mar ya no existía más (vers. l).
El aspecto más notable de este capítulo es la visión apacible que nos presenta del
mundo venidero. En verdad, es hermoso el cuadro. Es el mismo que contemplaba Isaías
cuando nos transmitió la promesa divina: “He aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva
tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (isa. 65:17).
El contraste más hermoso
¡Qué maravilloso contraste! Del cataclismo hemos pasado al paraíso. Después del
estruendo y hervor de fuego, nos encontramos en las amables praderas del Edén, donde
todo es paz y cada corazón late al unísono con el corazón de Dios (Jer. 31:34). Es el mismo
contraste que observaba el apóstol Pedro cuando escribió: “Los cielos, encendiéndose,
serán desechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán. (268)
Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los
cuales mora la justicia” (2 Ped. 3:12, 13).
Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido (vers. 2).
He aquí otro gran contraste: Hemos visto a Babilonia, una ciudad que es también
una mujer y que representa el pueblo apóstata. He aquí otra ciudad, la nueva Jerusalén,
que es, a la vez, la desposada del Cordero, y que es la iglesia.
Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los
hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará
con ellos como su Dios (vers. 3).
Es el cumplimiento de la promesa dada a Moisés: “Harán un santuario para mí, y
habitaré en medio de ellos” (Exo. 25:8). Moisés entendió y supo valorar esta promesa.
Más tarde el Señor le dijo: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”. Y Moisés
respondió: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Exo. 33:14, 15).
Es también la realización del pacto: “Yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por
pueblo” (Jer. 31:33).
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni
habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el
que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.