Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas (vers. 4, 5).
He aquí una promesa muy conocida, citada en cada servicio fúnebre. Por su gran
familiaridad no siempre pensamos en todo lo que implica. Significa que la segunda venida
de Cristo no será el fin de las lágrimas, como tampoco será el fin de la muerte. (269)
Durante mil años más, después de ese evento, los redimidos tendrán motivos para
llorar mientras repasan los libros de registro con su triste historial. Y al final de ese
período, presenciarán la destrucción de los pecadores que es “horrendo”, un gran “hervor
de fuego” (Heb. 10:27). Es imposible creer que no llorarán entonces. Lo que este versículo
describe realmente es un milagro. De otra manera, las lágrimas continuarían. Nos
tenemos que aferrar de esta promesa: terminado el milenio, el Señor Dios “enjugará toda
lágrima de los ojos de ellos”. Y, así como no habrá muerte, tampoco “habrá más llanto, ni
clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.
Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que
tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que
venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los
cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y
hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago
que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (vers. 6-8).
Esta es la conclusión lógica hacia la cual apunta todo el Apocalipsis. Es el llamado
del sermón. Es el mismo mensaje que ha venido expresándose en cada capítulo: CRISTO
TRIUNFARÁ. No te equivoques, tú que deambulas entre las penumbras de la vida. No
cometas el gravísimo error de echar tu suerte con el que ya perdió la batalla. Por más que
ruja el dragón, no dejes que te asuste. Ya está señalado el día y la hora de su muerte; sabe
que el tiempo que le queda es muy poco (12:10). Tú, pues, sé fiel; “el que venciere
heredará todas las cosas”.
La desposada del Cordero
Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas
de las siete plagas postreras, y habló conmigo diciendo: Ven acá, yo te
mostraré la desposada, la esposa del Cordero (vers. 9). (270)
En el capítulo 19, la voz de una gran multitud proclama que “han llegado las bodas
del Cordero, y su esposa se ha preparado”. Es una alusión obvia a la Iglesia. Aquí en el
capítulo 21 el ángel dice a Juan que le va a mostrar a esta bella prometida; pero cuando
aparece, resulta que es una ciudad. Tanto la figura de la mujer virtuosa como la de la
ciudad representan a la Iglesia.
Recordemos la manera cómo va entrelazado el simbolismo con elementos literales
en el Apocalipsis. Vimos un ejemplo de esto en la visión de Cristo registrada en el capítulo