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mismo, así como él [Dios] es puro” (1 Juan 3:3). Es la sexta de las siete bienaventuranzas
que aparecen en el libro, y es un eco de la primera que dijo: “Bienaventurado el que lee,
los que oyen las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas” (Apoc. 1:3).
De principio a fin, vemos que la profecía jamás es dada simplemente para satisfacer
nuestra curiosidad o para ilustrar nuestro intelecto. (280)
Nos quiere llevar a una decisión, a un cambio de vida. Quiere que tomemos en
cuenta las advertencias y amonestaciones, que guardemos las palabras de la profecía de
este libro.
Adora a Dios
Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto,
me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas.
Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus
hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora
a Dios" (vers. 6-9).
En varias partes de la Biblia tenemos evidencias del efecto que tuvieron los
mensajes proféticos sobre los mismos profetas. La visión de las 2300 tardes y mañanas
impactó emocional y físicamente al profeta Daniel. Escribió: “Y yo Daniel quedé
quebrantado y estuve enfermo algunos días, y cuando convalecí atendí los negocios del
rey, pero estaba espantado a causa de la visión y no la entendía” (Dan. 8:27). Al principio
de las revelaciones, Juan cayó “como muerto ante la visión del Hijo del Hombre (Apoc.
1:17; compárese con Isa. 6:1-5).
De una manera similar, ahora relata que cuando contempló la gloria de Dios en la
santa ciudad, se olvidó de sí mismo y sintió un poderoso impulso de adorar. Como lo había
hecho antes, cayó de rodillas ante el ángel guía. Al igual que en la ocasión anterior
(Apocalipsis 19:10), el ángel lo amonestó cariñosamente: “Mira, no lo hagas” -—le dijo—,
y se identificó con el apóstol en su ministerio profético.
Aun los ángeles leales, los que no participaron de la rebelión cuando cayó Lucifer,
han tenido que sufrir algunas de las consecuencias de la gran rebelión. No entregaron su
lealtad al enemigo; sin embargo, tuvieron que escuchar las acusaciones e insinuaciones
que seguía arrojando contra Dios. Por eso la cruz y el plan de salvación son importantes
también para ellos. (281)
El apóstol Pablo nos dice que el Padre quiso por medio de Cristo “reconciliar
consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos,
haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Col. 1:20). La sangre que se derramó en el
Gólgota ejerce un ministerio de reconciliación que abarca al universo. Y lo que
entendemos al leer las palabras que el ángel dirige a Juan, es que en la extensión de este