ministerio participan todos los hijos de Dios, tanto los que están en los cielos como los que
están en la tierra. Por esto el ángel le dice al profeta: “Yo soy consiervo tuyo”.
No es mera información
Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo
está cerca. El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea
inmundo todavía; y el que es justo practique la justicia todavía; y el que es
santo, santifíquese todavía. He aquí yo vengo pronto, y mi galardón
conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la
Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Bienaventurados los que
lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las
puertas en la ciudad (vers. 10-14).
Estas palabras constituyen una continuación del “llamado” o apelación del libro.
No es simplemente con el propósito de satisfacer nuestra curiosidad que la mano de Dios
ha apartado por un momento el velo y nos ha mostrado el futuro. La profecía bíblica
siempre trae un propósito moral. En esto se nota una enorme diferencia entre las
profecías de la Biblia y las imitaciones satánicas dadas a través de adivinos y hechiceros. La
profecía bíblica nunca es mera información. Si Dios nos ha dado una vislumbre del árbol
de la vida, es para que lleguemos a apetecer sus delicias. Si nos ha mostrado la Santa
Ciudad, es para que nos dediquemos a la tarea de lavar nuestras ropas y prepararnos para
entrar por sus puertas (Apoc 22:14). Si hemos contemplado en este libro el horror de las
plagas y el tambalear del planeta bajo los efectos de la ira divina, es para que salgamos a
tiempo de la confusión que es Babilonia y no participemos más de sus pecados ni
recibamos de sus plagas (Apoc. 18:4). (282)
Mayor luz significa mayor responsabilidad delante de Dios. “Si yo no hubiera
venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado —dijo Jesús—; mas ahora no tienen
excusa por su pecado (Juan 15:22, véase también el vers. 24; Eze. 3:17-21; Luc. 12:47,48;
Rom. 1:20; 4:15). El que tiene acceso a las maravillosas profecías del Apocalipsis, adquiere
una responsabilidad que es muy solemne en verdad. Teniendo a nuestro alcance esta luz,
no debemos despreciarla, esperando que en el futuro Dios nos enviará alguna luz mayor
para despertarnos de nuestra indiferencia voluntaria (Luc. 16:27-31). Contra el que
persevere en obras de inmundicia e injusticia, teniendo entre sus manos esta revelación,
es pronunciada la sentencia: El que es injusto, sea injusto todavía; el que es inmundo, sea
inmundo todavía”.
Pero dichosos y bienaventurados son “los que lavan sus ropas”, pues los tales
tendrán “derecho al árbol de la vida, y entrarán por las puertas en la ciudad”. Es la
séptima bienaventuranza del Apocalipsis, y como todas las demás, nos insta a hacer el
cambio fundamental que abrirá para nosotros las puertas del cielo y nos dará derecho a la
vida eterna.