Uso legítimo de la ley
Pero, como sucede casi siempre, algunas personas, al oír estas explicaciones
llevaron las cosas al otro extremo. "El apóstol ha dicho que no hay ley —exclamaron,
torciendo sus palabras—. Así que vivamos la vida. Ya no hay restricciones de ninguna
clase". Acto seguido, empezaron a practicar el libertinaje.
En realidad, no había justificación en absoluto para semejante equivocación, pues
al mismo tiempo que escribió contra el abuso de la ley, San Pablo aclaró: "La ley es buena,
si uno la usa legítimamente" (l Tim. 1:7). Y en otra ocasión, después de reafirmar que la
salvación se obtiene por medio de la fe, preguntó: "¿Luego por la fe invalidamos la ley?" Y
él mismo respondió enfáticamente: "En ninguna manera, sino que confirmamos la fe"
(Rom. 3:31). En otros lugares, San Pablo cita algunos de los mandamientos y sostiene su
autoridad (ver, por ejemplo, Efe. 6:2, 3).
Más tarde, el apóstol Santiago envió a la iglesia una epístola en la cual habló de
este problema. Después de citar algunos ejemplos tomados de los diez mandamientos, el
apóstol agregó: "Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no
tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? [...] Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras.
Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es
uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan. ¿Más quieres saber, hombre
vano, que la fe sin obras es muerta?" (Sant. 2:1420).
Estos esfuerzos de los apóstoles tuvieron el efecto deseado, y por un tiempo la
falsa enseñanza contra la ley de Dios fue contrarrestada. Por esto el Cristo resucitado
elogia a los creyentes de Éfeso diciendo; "Pero tienes esto, que aborreces las obras de los
nicolaítas, las cuales yo también aborrezco".
Y en nuestros propios días ha vuelto a brotar esta misma enseñanza falsa. Algunos
se han levantado diciendo: "La gracia de Dios nos salva del pecado, así que no hay ley".
Con esto insinúan que Dios va a salvar a todos sin importarle que ellos hayan sido
obedientes o que hayan persistido toda la vida en una desobediencia obstinada y
voluntariosa. Hasta citan a San Pablo nuevamente, torciendo sus palabras para confirmar
sus ideas.
En verdad, son tristes los resultados de esta enseñanza. Los que la fomentan han
sembrado el viento y están cosechando el torbellino (ver Ose. 8:7). La violencia y el
desorden que caracterizan a la sociedad actual se deben, en gran parte, a esta peligrosa
enseñanza.