La última y más severa de las grandes persecuciones fue la que con
terrible saña lanzó Diocleciano en el año 303. El Señor Jesús había dicho que por
amor a los escogidos el tiempo de sufrimiento sería acortado, pues de lo
contrario ninguna carne sería salva (Mat. 24:22). Podemos ver el cumplimiento
de esta palabra en el hecho de que Diocleciano falleció sólo dos años después de
lanzar la persecución, y los sucesores se encontraron tan ocupados luchando
para mantener su corona que no podían dedicar mucho tiempo a la tarea de
perseguir a los cristianos.
Finalmente, ascendió Constantino, quien puso fin a la sangrienta historia
de la época en el año 313 con el Decreto de Milán, concediendo a la religión
cristiana completa tolerancia.
Ninguna reprensión mancha la página de esta iglesia en la historia
bíblica.
¡Qué tierno mensaje le toca recibir!:
"No temas lo que vas a padecer...
Sé fiel hasta la muerte y
te daré la corona de vida...
el que venciere,
no sufrirá daño de la segunda muerte".
La persecución, por supuesto, trae sufrimiento y grandes pérdidas, pero
también sirve para zarandear y purificar a la iglesia. En tiempos de paz y
bonanza ingresan a sus filas algunos que vienen por los panes y los peces del
Evangelio. Permanecen tibios sin llegar realmente al punto de rendir sus vidas
por completo al Señor. Pero cuando llega una prueba o persecución muchos de
éstos cambian de actitud y buscan a Dios de corazón. Ante el inminente peligro,
dejan a un lado las pequeñas diferencias, y sus oraciones cobran nuevo sentido
y poder. Otros más, ante la persecución, se alejan y así ya no están presentes
para debilitar la fe de los demás con sus quejas y dudas.
Pérgamo: la iglesia que perdió el rumbo
La ciudad de Pérgamo
A unos cien kilómetros al norte de Esmirna, en el valle del río Caico, encontramos a
Pérgamo, capital de la provincia de Asia. En los días de Juan, Pérgamo ya no era la misma
ciudad que Plinio había descrito como la "más famosa de Asia". Había empezado a decaer,