Pero cuando entendemos que la salvación es otorgada en atención a la fe del
creyente, la situación cambia totalmente, porque la fe no puede ser otorgada por una
persona con respecto a otra, y no puede ser jamás retenida ni quitada. Cuando el creyente
confía en el sacrificio de Jesucristo como su única esperanza de salvación, cuando se
presenta directamente ante Dios en virtud de los méritos de esa muerte expiatoria,
entonces obtiene acceso directo al trono del Infinito (Heb. 4:14-16). Es así como la
justificación por la fe libera al creyente.
Hay otra manera más en que esta hermosa verdad bíblica trae libertad y
avivamiento espiritual. La justificación nos libera de una clase de opresión, que es sin duda
la peor y la más pesada que puede sufrir un ser humano en esta vida, a saber, la opresión
producida por la conciencia cuando ésta ha sido despertada por las enseñanzas de la ley
de Dios y avivada por el Espíritu Santo.
El que está tratando de ganarse la salvación por sus méritos y sus buenas obras
está intentando una imposibilidad. Para los que no han comprendido el camino de la fe, el
Monte Sinaí, no brinda más que truenos, relámpagos y grande oscuridad (véase Éxo.
20:18,19; Gál. 4:21-25).
Tales individuos procuran siempre ver en su conducta algo que es suficientemente
bueno como para creer que son dignos de salvación. Pero cuanto más se acercan a Dios,
con más terrible claridad ven lo grande e infinita que es la perfección y la santidad de Dios
y más inmundo se sienten, hasta que exclaman: "¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7:24; compárese con Isa. 6:5; Luc. 5:8). De la
opresión de una conciencia que no tiene ni sosiego ni consuelo, nos libra el mensaje de la
justificación, pues justificación es la palabra de perdón pronunciada por los labios de Dios.
La ley nos trae arrastrados ante el tribunal del universo, y la conciencia con voz
estridente dice: "Este fue sorprendido en el acto mismo del pecado". Pero la justificación
le dice al pecador arrepentido: "Ni yo te condeno; vete y no peques más" (Juan 8:11).
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Rom. 8:1).
Sombras donde se esperaba luz
De modo que el mensaje de la justificación que oyó Sardis fue, en verdad, un
mensaje de vida para vida. Traía la semilla de un avivamiento espiritual que hubiera sido
capaz de continuar de gloria en gloria y de poder en poder hasta transformar todo el
cristianismo.
Pero, tristemente, Sardis nunca alcanzó a vivir a la altura de la preciosa verdad que
había recibido. Cuando parecía ser la hora del amanecer de un nuevo día, la luz de Sardis
se tornó en oscuridad, como lo había denunciado el Cristo resucitado: "Tienes nombre de
que vives, y estás muerto". En vez de seguir creciendo, en vez de avanzar hasta alcanzar la
plenitud del día, muchas de las congregaciones reformadas se quedaron cada una con la