Frigia. Sus fundadores quisieron establecerla precisamente en ese sitio estratégico para
propagar la cultura griega en Lidia y Frigia.
Cuando el mensaje cristiano llegó a Filadelfia su recepción fue inmediata y
calurosa. Es interesante notar que tres siglos más tarde, cuando Anatolia fue inundada por
la marea del mahometismo, Filadelfia fue la única de las siete ciudades que permaneció
firme en la fe cristiana.
Filadelfia nunca alcanzó fama por su riqueza ni por su poderío militar. Nunca llegó
a ser una ciudad grande. Pero fue una ciudad singular por su fe, su amor y su propósito
misionero.
El mensaje a Filadelfia
Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el
que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, cierra y ninguno
abre (vers. 7).
Una llave implica autoridad para abrir y cerrar.
Aquí el Cristo resucitado aclara que la llave que sostiene en la mano es "la llave de
David". Mediante un pacto solemne, el Señor había prometido al rey David que su
autoridad como rey sería afirmada "eternamente" (2 Sam. 7:12- 16). El pueblo de Israel
correctamente se apropió de las promesas del pacto davídico. Consideró que dichas
promesas eran agregadas a las que la nación había recibido en el pacto de Dios con
Abrahán (ver Isa. 22:20-23).
Lo que los judíos no tomaron en cuenta fue que todas las promesas de Dios son
condicionales, aunque son a la vez incondicionales. Son condicionales, en el sentido de
que quienes las reciben deben ser obedientes a las condiciones dadas en el pacto si
quieren ver personalmente el cumplimiento de las promesas. Son incondicionales, en el
sentido de que siempre los propósitos de Dios se van a realizar, ya sea con las personas
originales que recibieron la promesa o sin ellas.
Cuando Israel rechazó a su Salvador, despreciando así la más grande de todas las
promesas del pacto, esta actitud no afectó el propósito de Dios de cumplir sus promesas.
Pero en lo sucesivo, éstas habían de ser cumplidas en la persona de Cristo y a través de él.
En otras palabras, Cristo pasó a ocupar el lugar de Israel como el "Escogido de Dios" (Mat.
12:17,18; 1 Ped. 2:6). Cristo es, entonces, el amado del Padre, el Hijo obediente que Israel
nunca fue; y como tal, es el beneficiario y también el ratificador del pacto.
Todo aquel que llega a unirse en solidaridad corporal con Cristo mediante el
bautismo, se convierte de esta manera en coheredero con él del eterno propósito de paz y
salvación señalado en el pacto (Rom. 8:17; Gál. 3:27-29).