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Los "pietistas" —así los llamaban en algunos lugares— rescataron del olvido el
concepto del nuevo nacimiento (Juan 3:3-5). Insistían en que sólo es cristiano el que ha
tenido una experiencia propia, personal y consciente de conversión, el que ha tomado a
Cristo como amigo y confidente y que procura activamente imitarlo y apartarse del
pecado.
Los pietistas insistían mucho en la oración y el estudio personal de la Biblia. Se
unían para dar testimonios y expresiones personales de fe. En algunos casos,
acostumbraban reunirse en pequeños grupos para practicar una introspección y
escudriñamiento personal del corazón (ver Sant. 5:16).
Si buscáramos las raíces del movimiento, tendríamos que remontarnos a algunos
eventos que tuvieron lugar en los días de Sardis. Destacado entre los que impulsaron
estos eventos, se halla Augusto Francke, quien con varios amigos reaccionó contra el
formalismo y la frialdad de la Iglesia Luterana en Alemania. Ellos fundaron un colegio en
Halle, Alemania, el que llegó a ser un centro de influencia pietista.
En el año 1727 ocurrió una convergencia de dos corrientes que iba a producir un
gran auge en el movimiento de reavivamiento y reforma. Una de estas corrientes la
formaron los perseguidos "hermanos moravos". Éstos habían huido de la persecución
religiosa en el este de Europa y hallaron refugio en las tierras de un noble alemán, el
conde Nicolás von Zínzendorf, el que iba a constituir la otra corriente.
Zínzendorf se había criado con su abuelita, una mujer piadosa que le enseñó desde
los primeros años el temor de Dios. Siendo adolescente, estudió en Halle, en el colegio
fundado por Francke, y allí tuvo una profunda experiencia de conversión.
A la muerte de su padre, Nicolás, heredero de una inmensa fortuna y título de
nobleza, se consagró sin reservas y con todo cuanto poseía a la causa de Cristo. En 1727
acompañó a los moravos en sus ejercicios religiosos. A raíz de eso, se unió con ellos y
pronto llegó a ocupar el puesto de dirigente. Fue una unión feliz.
Aunque nunca fueron muy numerosos, los "hermanos" moravos llegaron a tener
una enorme influencia que alcanzó prácticamente a todas las agrupaciones cristianas.
Como ejemplo de esta influencia, relatamos a continuación la historia de un
contacto entre Juan Wesley, fundador de la Iglesia Metodista, y un grupo de estos
"hermanos".
Era octubre de 1735, y Wesley, en ese entonces un joven pastor de la Iglesia
Anglicana, se encontraba de viaje hacia Norteamérica, donde se desempeñaría como
capellán en la colonia de Georgia.
Durante toda su vida, Wesley siempre había tenido un gran temor al mar, y su
preocupación no se alivió durante este viaje cuando la pequeña embarcación que lo