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Capítulo Seis
Los sellos
El León ha vencido. Como Cordero inmolado ha ganado la victoria definitiva, y
ahora emprende la apertura de los siete sellos. Como ya hemos visto, se trata de un
repaso judicial en el cual el Cielo revela su veredicto sobre la iglesia en cada una de sus
épocas.
A este hecho se debe la similitud y también la diferencia entre los siete sellos y las
siete iglesias. Los dos grupos de siete son similares por cuanto la época representada por
cada sello es la misma de cada iglesia. El carácter general de la primera iglesia se refleja en
el primer sello, y así sucesivamente.
Una diferencia notable entre los dos grupos de siete estriba en la ausencia del
enfoque pastoral en la profecía de los sellos. A las iglesias, Cristo se dirige con palabras de
amor y consejo. Las reprende y amonesta, procurando su arrepentimiento y
transformación. Esto no se ve en los sellos. Como representación del juicio, ya no
corresponde una invitación al arrepentimiento, sino solamente una aclaración de lo
ocurrido. (101)
Los sellos constituyen, pues, un repaso e interpretación de la forma en que la
iglesia en cada época ha respondido a los beneficios que el Cielo le prodigara.
Los primeros sellos
Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos
,
oí a uno de los cuatro seres vivientes
decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo blanco, y el que lo
montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer
(vers. 1,
2).
A la primera iglesia se le dijo, “Conozco tus obras y tu arduo trabajo y paciencia.
[...] Has sufrido, y has tenido paciencia y has trabajado arduamente por amor de mi
nombre, y no has desmayado”. Ahora, al abrir el primer sello, vemos que no fue en vano
el arduo trabajo de Éfeso, y que fue victorioso en su confrontación con el mundo. Se
representa en la figura de un guerrero que sale venciendo y para vencer.
El jinete monta un caballo blanco como los que usaban los reyes cuando hacían su
entrada triunfal (ver otro ejemplo en Apoc. 19:14). Además, se le otorga una “corona”. El
término griego aquí
1
no se refiere a una corona real, sino a una guirnalda, una corona de
hojas de laurel (2 Tim. 4:8; Apoc. 3:11) como las que recibían los campeones en los juegos
olímpicos o los héroes en tiempo de guerra.