El Señor muchas veces ha empleado un despliegue de fuerzas naturales para
recordar al hombre lo muy pequeño que es y para motivarle a buscar a Dios. Precisamente
eso sucedió en el monte Sinaí: “Todo el pueblo observó el estruendo y los relámpagos, y el
sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo temblaron y se
pusieron de lejos”. Y Moisés les dijo: "No temáis, porque para probaros vino Dios. Y para
que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis” (Éxo. 20:18, 20).
Algo parecido sucedió en el tiempo del sexto sello con el sacudimiento tanto de los
cuerpos celestes literales como de los fundamentos de la sociedad, y el
resultado
fue un
gran reavivamiento en el mundo religioso. (108)
Y este movimiento llegó a enfocarse precisamente, como indica la profecía, en la
expectación por la segunda venida de Cristo.
El historiador Latourette ha observado que en los años 1750 a 1815 se produjo un
doble fenómeno cuyas ramificaciones fueron aparentemente contradictorias. Se vio, por
una parte, extrema decadencia espiritual y por otra, un gran reavivamiento... fenómenos
aparentemente contradictorios, aunque en realidad, había una estrecha relación entre
ambos. La profecía indica que el sacudimiento de los elementos más estables de la
naturaleza causó gran terror entre la gente y la indujo a clamar a Dios. En el tiempo del
sexto sello, este efecto se produjo con la culminación del así llamado “iluminismo”, la
exaltación de la razón humana en una forma que desafiaba descaradamente a Dios. El
mundo quedó horrorizado al ver la expresión de esta filosofía en el “reinado del terror
durante la revolución francesa; esta reacción fue uno de los factores que produjeron un
reavivamiento sin paralelo que tuvo lugar especialmente en Alemania, los Países Bajos,
Gran Bretaña y Norteamérica.
Este retorno a la piedad antigua, comentado con más detalle en la sección acerca
de la sexta iglesia, tuvo entre sus grandes héroes al conde Nicolás von Zínzendorf con los
pietistas moravos en Alemania; a los hermanos Carlos
y
Juan Wesley, fundadores de la
iglesia Metodista en Inglaterra, y a muchos otros.
En Norteamérica, el movimiento fue conocido como “El gran despertar. La
ferviente predicación de Jonatán Edwards y otros de la época dio el primer impulso al
movimiento. Jorge Whitefield, también ayudó cuando visitó las colonias inglesas en
Norteamérica y atrajo enormes multitudes con su predicación en las seis oportunidades
en que vino.
En muchos lugares el reavivamiento del siglo XVIII estuvo acompañado de un
interés en el estudio de las profecías. En varios países se levantaron hombres fieles
quienes, estudiando independientemente, llegaron a la conclusión de que la segunda
venida de Cristo estaba a punto de ocurrir. (109)