Himes —, ¿qué está haciendo usted acerca de esto? ¿Qué está haciendo para dar este
mensaje al mundo?’
“Miller lo miró sorprendido. ‘Estoy haciendo todo cuanto está a mi alcance. Recibo
más invitaciones que las que puedo atender y estoy predicando en cada pueblecito hasta
donde alcancen mis fuerzas y energías para viajar.’
‘“¡En cada pueblecito!’ Himes quedó atónito. ‘Pero, ¿qué está haciendo usted en
Nueva York, en Baltimore, en Filadelfia? ¿Quedarán las grandes ciudades sin ser
amonestadas?’
“Pero es que no tengo cómo realizarlo. ¿Qué medios tengo yo para cubrir el gasto
de este gran mensaje? He gastado centenares de dólares y me queda ahora muy poco;
además, estoy solo, y aunque he trabajado mucho y he visto a muchos convertidos, nadie
parece compartir el objeto y espíritu de mi mensaje hasta el punto de ofrecerme ayuda.
Sí, les gusta que les predique y que ayude en sus iglesias, pero ahí termina todo con la
mayoría de los pastores hasta la fecha. He estado buscando ayuda; necesito ayuda, pero
en lo que se refiere a las grandes ciudades, voy solamente adonde se me invite, y hasta la
fecha el Señor no ha tenido a bien abrirme la puerta de las grandes ciudades’.
“Himes ardía de un santo celo. Desde ese momento (como lo expresaría más
tarde) él se colocó a sí mismo, a su familia, su reputación y todo cuanto tenía sobre el altar
de Dios para ayudar a Miller con todas sus facultades hasta que llegara el fin. En el acto, se
constituyó en administrador, agente de publicidad y especialista en promociones de
Miller.
“¿Usted está dispuesto a ir a las ciudades si se lo invita?’
‘“Dios mediante, iré’.
“‘Entonces, señor Miller, prepárese para la campaña, pues con la ayuda de Dios se
van a abrir puertas en cada ciudad de la nación, y este mensaje llegará hasta los confines
de la tierra’. (113)
“Himes hizo que se cumpliera su promesa y su profecía. Miller sostuvo campañas
en las ciudades más importantes del país. En pocos meses, ya era un hombre famoso.
“Seguía un reavivamiento tras otro. Los metodistas, los congregacionalistas, los
bautistas, todos lo reclamaban. En muchas ocasiones, el entusiasmo por su mensaje
continuaba aun después de que él se había ido. En Portsmouth, Nueva Hampshire, la
ciudad permaneció en estado solemne y espiritual durante varias semanas después de su
visita. Todos los días las campanas de las iglesias sonaban para llamar a la gente a los
cultos. Los cantineros convirtieron sus negocios en salas de conferencias. Se celebraban
reuniones de oración en todas partes de la ciudad a cada hora del día.