Página 11 - Comentario bíblico adventista del séptimo día tomo Apocalips

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del imperio efectuadas por Constantino (ver pp. 20-23) sirvieron para detener por un tiempo
la tendencia descendente; pero desde allí en adelante el proceso de desintegración continuó
con un ritmo de creciente rapidez. Y con el siglo IV comenzó la larga serie de invasiones de
los bárbaros del norte (ver pp. 23-24), que aceleraron mucho el proceso.
Aunque el último emperador de Occidente fue depuesto en 476, también había habido
emperadores en el Oriente desde el momento cuando Constantino, trasladó la sede del
gobierno de Roma a Constantinopla, en el año 330. El Imperio Romano de Oriente continuó
en realidad durante casi mil años más, hasta 1453. El año 476 es la fecha tradicional para la
caída de la Roma antigua, con lo que comienza la Edad Media; pero es evidente que los
tiempos medievales también podrían contarse a 20 partir de cualquiera de varios
acontecimientos significativos, ya sea antes o después de ese año. Por eso algunos han
considerado el reinado de Constantino el Grande, el primero de una larga sucesión de
emperadores cristianos nominales, como un límite apropiado entre la Edad Antigua y la Edad
Media; y en vista de que el capítulo titulado "La Iglesia Cristiana Primitiva", del t. VI, se ocupa
de los sucesos ocurridos aproximadamente hasta el reinado de Constantino, este capítulo
seguirá el curso de los acontecimientos desde los días de Constantino en adelante. Otros
sugieren el reinado de Justiniano el Grande (527-565) como el punto divisorio entre la
historia antigua y la medieval; sin embargo, debe destacarse que por lo general los
historiadores consideran el pontificado del papa Gregorio Magno (590-604; ver p. 27) como el
momento más apropiado para iniciar el comienzo de la Edad Media. Las dos instituciones
más significativas de la Europa occidental durante el período del medioevo, a partir del año
800, fueron la Iglesia Católica Romana y el Santo Imperio Romano.
Evolución de la iglesia.-
A medida que el Imperio Romano decaía gradualmente, la iglesia se extendía y aumentaba
su poder. Cuando la iglesia fue establecida por su Fundador Divino se caracterizaba por una
admirable pureza de vida y claridad de doctrinas (ver com. Apoc. 2:2-6). Tenía una
organización relativamente sencilla y eficaz que contrastaba con el complejo sistema
monárquico que caracterizó al papado medieval. El cristianismo comenzó como una secta
proscrita, rechazada y hostilizada por los judíos, despreciada y vilipendiada por los paganos
cultos y perseguida intermitentemente por un gobierno pagano que estaba dispuesto a
exterminarla. A pesar de todo, el cristianismo crecía en número, en extensión (ver mapas
frente a p. 289 en t. VI, y frente a pp. 33, 193 en t. Vll) y en la estimación de las personas
pensadoras. Ver t. IV, pp. 861-864 y t. VI, pp. 62-63.
En el siglo III la iglesia comenzó a tener sus propios edificios para el culto, y aunque no era
reconocida legalmente comenzó a ser dueña de propiedades. Su organización se hizo más
compleja. Los ancianos que presidían en las congregaciones de las grandes ciudades
alcanzaron una jerarquía especial como "supervisores", y después como obispos dominantes
que ejercían una autoridad eclesiástica creciente (ver t. VI, pp. 39-44). Cuando algunas
disputas por asuntos doctrinales dividieron la iglesia y comenzaron a formarse sectas, se
consideró a los obispos como modelos de ortodoxia, y cada uno comenzó a buscar en sus
antecesores precedentes para interpretar y aplicar las tradiciones de la iglesia. A medida que
aumentaban las controversias doctrinales se iba debilitando la confianza en la Biblia como la
única expresión de fe y doctrina, y se recurría más y más a la tradición. A medida que la
iglesia se extendía tomaba prestados a veces consciente, a veces inconscientemente de los
paganos que iba dominando, doctrinas y ritos enteramente desconocidos en la iglesia
apostólica, que se convertían en parte de la vida de la iglesia (ver t. VI, pp. 65-68). La iglesia
se consolidaba y extendía; pero internamente comenzó a perder su sencillez y pureza
apostólicas, y aun antes de que fuera reconocida legalmente se habían echado los
fundamentos para el desarrollo de la iglesia orgullosa y materialista de la Edad Media.