Página 13 - Comentario bíblico adventista del séptimo día tomo Apocalips

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convenía que tuviera un emperador que no era ni siquiera bautizado.
En esta nueva relación de la Iglesia con el Estado, los cristianos se estaban apartando de la
tradicional política cristiana de no dejarse envolver en asuntos políticos. Hasta ahora los
cristianos no habían ejercido el poder político. Con frecuencia habían sido perseguidos por
las autoridades civiles y religiosas. En estos asuntos se 22 habían guiado por la instrucción
de Jesús de darle a César lo que era de César (Mat. 22:2l), respetando a los magistrados
como instituidos por autoridad divina (Rom. 13:1-4). Y cuando las autoridades les habían
exigido transgredir los mandatos de su religión, habían repetido vez tras vez la admonición de
Pedro: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 5: 29). Tertuliano (c.
200 d. C.) escribió en su Apologeticus que la libertad religiosa era uno de los derechos
inalienables del hombre. También afirmó que los cristianos no tenían por qué adorar al
emperador, pero que hacían algo más útil: oraban por él. Como un siglo después, Lactancio,
uno de los padres de la iglesia latina y maestro del hijo de Constantino, subrayaba la
providencia divina que había llevado a Constantino a ocupar el más alto puesto del imperio.
Con todo, Constantino no hizo del cristianismo la religión del Estado; pero sí, en algunos
aspectos, una rama o división del Estado. La iglesia aceptó estos aparentes beneficios con
agradecimiento, y no se dio cuenta de los peligros que acarreaban consigo hasta que se
presentó el dilema de quién debía dirigir a la iglesia: sus propios líderes o el Estado que se
había entrometido en los asuntos de la iglesia.
La muerte de Constantino puso de manifiesto lo que fue siempre una debilidad de la
constitución romana: la falta de una disposición establecida para la sucesión imperial. El
gobierno del imperio pasó a manos de los tres hijos de Constantino: uno tomó la parte
occidental; otro, la central; y el tercero, la oriental. El imperio no fue oficialmente dividido;
pero sí lo fue su administración, siguiéndose el ejemplo de Diocleciano, predecesor de
Constantino, de una distribución ineficaz. De los tres hijos de Constantino, uno era arriano
(ver p. 25); y la iglesia del occidente, muy adversa al arrianismo, soportó sólo durante un
tiempo el gobierno de un emperador arriano.
Compromiso y apostasía.-
Durante el reinado de Constantino, como también más tarde, la iglesia, aliviada de su
preocupación en cuanto a su relación con el Estado que la había perseguido, se vio envuelta
en una sucesión de controversias doctrinales que cristalizaron en dogmas apoyados con
frecuencia mucho más por la tradición, la filosofía y las prácticas paganas, que por las
Escrituras. El cristianismo se convirtió entonces en un sistema fundado en credos. La iglesia
aparentemente había alcanzado éxito delante de los hombres; pero a la vista de Dios había
apostatado. El paganismo se había cristianizado; pero simultáneamente el cristianismo había
absorbido muchísimos elementos de origen pagano. La iglesia parecía ante el mundo que
había triunfado; pero no fue así. El emperador Juliano, sobrino de Constantino, llamado "el
apóstata" porque dejó el cristianismo, se propuso resucitar el paganismo. Se dice que
cuando estaba moribundo a causa de heridas recibidas en una batalla, exclamó: "Venciste,
Galileo". Cuando lo dijo no comprendía que la corrupción de los seguidores del Galileo era lo
que había hecho que él se apartara de Jesús, a quien él llamaba "Galileo".
Agustín (354-430), el teólogo de Hipona, cerca de Cartago, osadamente tomó y magnificó la
enseñanza de Orígenes de Alejandría (siglos II-III), quien sostenía que, para triunfar, la
iglesia ya no necesitaba esperar que el mundo terminara con un cataclismo debido a la
segunda venida de Cristo. Agustín enseñaba que la iglesia debía esperar una victoria
gradual porque es la victoriosa "ciudad de Dios" en la tierra, vencedora de la "ciudad"
satánica de este mundo (ver p. 23). La cristalización de este triunfo se convirtió en la
esperanza y el propósito de una iglesia que apostataba continuamente y se transformaba en
un gran sistema eclesiástico-político. Desde entonces ésta ha sido siempre su meta. La