sus súbditos. El historiador Suetonio registra que publicó una carta circular en nombre de
sus procuradores, que comenzaba con estas palabras: " 'Nuestro Señor y nuestro 740 Dios
ordena que esto sea hecho' " (
Domiciano
xlii. 2).
Un pasaje no muy claro del historiador romano Dio (
Historia romana
lxvii. 14. I-3) parece
explicar esta persecución:
"Y en el mismo año [95 d. C.] Domiciano mató junto con muchos otros a Flavio Clemente el
cónsul, aunque era su primo y tenía como esposa a Flavia Domitila, que era también pariente
del emperador. Ambos fueron acusados de ateísmo, acusación por la cual fueron
condenados muchos otros que habían adoptado costumbres judías. Algunos de ellos fueron
muertos, y el resto por lo menos fue despojado de sus propiedades. Domitila sólo fue
desterrada a Pandataria".
Aunque a primera vista este pasaje parece registrar una persecución contra los judíos (y de
acuerdo con el historiador judío H. Graetz, el primo de Domiciano era prosélito judío [
History
of the Jews
, t. 2, pp. 387-389] ), los eruditos han sugerido que en realidad Flavio Clemente y
su esposa fueron castigados por ser cristianos. Desde el punto de vista de un historiador
pagano que no conocía íntimamente el cristianismo, "costumbres judías" sería una
descripción lógica del cristianismo, y el "ateísmo" bien podría representar la negativa de los
cristianos de adorar al emperador. Eusebio (
Historia eclesiástica
iii. 18. 4, p. 123) sin duda
confunde la relación entre Domitila y Clemente, y dice que Domiciano desterró a una sobrina
de Clemente, llamada Flavia Domitila, porque era cristiana. Probablemente las dos
referencias son a la misma persona, y sugieren que la persecución llegó hasta la familia
imperial.
Esa persecución, por negarse a adorar ante el altar del emperador, sin duda constituye la
razón inmediata del destierro de Juan a Patmos, y por lo tanto de la redacción del libro del
Apocalipsis. Sin duda habían muerto todos los apóstoles, excepto Juan, y éste se hallaba
desterrado en la isla de Patmos. El cristianismo ya había entrado en su segunda generación.
La mayoría de los que habían conocido al Señor habían muerto. La iglesia se veía frente a la
más fiera amenaza externa que había conocido, y necesitaba una nueva revelación de
Jesucristo. Por lo tanto, las visiones dadas a Juan llenaban una necesidad específica en ese
tiempo; y mediante ellas el cielo fue abierto para la iglesia que sufría, y los cristianos que se
negaban a inclinarse ante la pompa y el esplendor del emperador, recibieron la seguridad de
que su Señor, ya ascendido y ante el trono de Dios, superaba infinitamente en majestad y
poder a cualquier monarca terrenal que pudiese exigir su adoración. Ver HAp 464-466. En
cuanto al significado del culto al emperador en relación con la declaración de Juan acerca del
"día del Señor", ver com. cap. 1: 10.
4. Tema.
Desde su mismo comienzo (cap. l: l) este libro se anuncia como un apocalipsis o revelación,
como un descorrer del velo de los misterios del futuro, que culminan con el triunfo de
Jesucristo. Los escritos apocalípticos habían descollado entre la literatura religiosa judía
durante más de dos siglos. En verdad, el primer apocalipsis que se conoce -el libro de
Daniel-, apareció en el tiempo del cautiverio babilónico en el siglo VI a. C. Mediante las
guerras de los Macabeos, cuando los judíos recobraron su independencia política 400 años
más tarde, crecieron las esperanzas mesiánicas que se enfocaban en el anhelado nuevo
reino judío, y apareció un conjunto de literatura apocalíptico que seguía en mayor o menor
grado la forma literaria y los símbolos de Daniel. En el siguiente siglo, cuando la conquista
romana deshizo las esperanzas de los judíos de que hubiera un reino mesiánico mediante los
asmoneos (ver t. V, p. 36), las expectativas mesiánicas llegaron a ser aún más intensas al
anticipar los judíos a un mesías que venciera a los romanos. Durante el siglo 1 a. C. y el
siglo 1 d. C., tales esperanzas continuaron siendo un incentivo para que hubiera más obras