Página 167 - Comentario bíblico adventista del séptimo día tomo Apocalips

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1: 2; Apoc. 2: 9.
El emperador Trajano (98-117 d. C.) decretó la primera política oficial romana contra el
cristianismo. En la famosa carta 97, dirigida a Plinio el joven, su gobernador en Bitinia y
Ponto en Asia Menor, Trajano trazó un procedimiento para tratar a los cristianos, que eran en
ese tiempo una sociedad religiosa ilegal. Ordenó que los funcionarios romanos no habían de
buscar a los cristianos, pero que si los que eran traídos ante ellos por otros delitos resultaban
ser cristianos, debían ser ejecutados a menos que renegasen de su fe. Este edicto, aunque
estuvo lejos de ser puesto en vigor uniformemente, permaneció como ley hasta que
Constantino promulgó su edicto de tolerancia en 313 d. C.
Los cristianos estuvieron pues constantemente sujetos durante dos siglos a la posibilidad de
ser súbitamente arrestados y ejecutados a causa de su fe. Su bienestar dependía en gran
medida del favor de sus vecinos paganos y judíos, quienes podían dejarlos en paz o
acusarlos ante las autoridades. Esto podría denominarse persecución permitida. El
emperador no tomaba la iniciativa de perseguir a los cristianos, pero permitía que sus
representantes y las autoridades locales tomasen dichas medidas contra los cristianos si lo
creían conveniente. Esta política dejaba a los cristianos a merced de los diversos
funcionarios locales bajo los cuales vivían. Los cristianos fueron atacados especialmente en
tiempos de hambrunas, terremotos, tormentas y otras catástrofes, pues sus vecinos paganos
creían que habían atraído la ira divina sobre todo el país porque se negaban a adorar a sus
dioses.
Sin embargo, a veces el gobierno romano llevó a cabo persecuciones agresivas contra la 764
iglesia (ver com. vers. 9). Los romanos observadores veían que el cristianismo crecía sin
cesar en extensión y en influencia por todo el imperio, y que era fundamentalmente
incompatible con el modo de vida romano. Se dieron cuenta de que con el tiempo destruiría
el modo de vida romano. Por lo tanto, los emperadores más capaces fueron los que a
menudo persiguieron a la iglesia, mientras que los que descuidaban sus responsabilidades
generalmente estuvieron dispuestos a no molestarles.
La primera persecución general y sistemática contra la iglesia fue emprendida por el
emperador Decio, cuyo edicto imperial del año 250 tenía el propósito de suprimir totalmente
el cristianismo mediante torturas, muerte y confiscación de propiedades. La ocasión de este
decreto fue la celebración de los mil años de la fundación de Roma que se habían cumplido
unos tres años antes, época en que se vio más claramente la decadencia del imperio en
comparación con las glorias del pasado. El cristianismo llegó a ser la víctima o chivo
expiatorio, y se decidió raer la iglesia presumiblemente para salvar el imperio. Esta política
decayó con la muerte de Decio en el año 251 d. C., pero resurgió con Valeriano poco tiempo
después. Con la muerte de éste decayó nuevamente, y no fue hasta el reinado de
Diocleciano cuando la iglesia se vio frente a otra crisis mayor (ver el comentario inmediato
siguiente).
Diez días.
Esta expresión ha sido interpretada de dos maneras. Aplicando el principio de día por año
para computar los lapsos proféticos (ver com. Dan. 7: 25), como un período de diez años
literales, el cual se ha aplicado al período de la implacable persecución imperial de 303-313
d. C. Diocleciano y su cogobernante y sucesor, Galerio, dirigieron en esa década la más
encarnizada campaña de aniquilamiento que el cristianismo jamás sufriera a manos de la
Roma pagana. Creían, como sus predecesores Decio y Valeriano, que el cristianismo había
crecido tanto en Poder y popularidad dentro del imperio, que a menos que fuese rápidamente
exterminado, dejaría de existir el modo tradicional de vida romano y el imperio se
desintegraría. Por eso iniciaron una política destinada a exterminar a la iglesia. El primer
decreto de Diocleciano contra los cristianos fue promulgado en el año 303; éste prohibía la