el agua de Hierápolis, que además de ser tibia, tiene mal gusto por su contenido mineral.
Esta agua desagrada, produce náuseas; el que la bebe casi involuntariamente vomita. Ver
3JT 15.
17.
Yo soy rico.
Puede entenderse literal o espiritualmente. Laodicea era una ciudad próspera, y sin duda
algunos de los cristianos que vivían allí tenían recursos. En el año 60 d. C., cuando toda la
región sufrió un devastador terremoto, Laodicea se negó a aceptar la ayuda que Roma
ofreció para la reconstrucción. Sus ciudadanos se sintieron suficientemente ricos como para
hacer frente a los gastos de levantar los edificios caídos.
Esta iglesia evidentemente no había 778 sufrido ninguna grave persecución. El orgullo
producido por su prosperidad llevaba naturalmente a la complacencia espiritual. La riqueza
no es mala en sí misma; lo que sucede es que las riquezas hacen que su poseedor se sienta
tentado a ceder al orgullo y a la complacencia propia. Contra esos males la única protección
segura es la humildad espiritual.
Los cristianos pobres en bienes terrenales se sienten ricos y colmados de bienes espirituales;
sin embargo, se parecen a un antiguo filósofo que orgullosamente proclamaba su "humildad"
usando un vestido desgarrado. El orgullo que les produce su pretendida espiritualidad, brilla
a través de los agujeros de sus vestiduras. El conocimiento de importantes verdades que
sólo se han albergado intelectualmente, pero que no se permite que impregnen el alma, lleva
al orgullo espiritual y a la intolerancia religiosa. Hasta la iglesia de Dios, poderosa en la
estructura de su organización y rica con las joyas de la verdad, fácilmente puede llegar a ser
intolerante en doctrina e inmoralmente orgullosa de sus riquezas de verdad. "El pecado más
incurable es el orgullo y la presunción. Estos defectos impiden todo crecimiento" (3JT
183-184).
Enriquecido.
La iglesia de Laodicea no sólo afirma que es rica, sino que también comete el error fatal de
considerar que estas riquezas son el resultado de sus propios esfuerzos (cf. Ose. 12:8).
De ninguna cosa tengo necesidad.
El colmo de la jactancia de los laodicenses es que pretenden que su situación no puede ser
mejorada. Este engreimiento es fatal porque el Espíritu de Dios nunca entra donde no se
siente necesidad de su presencia; pero sin esa presencia es imposible que haya novedad de
vida.
No sabes.
El que no sabe, y no sabe que no sabe, casi no tiene esperanza. La ignorancia de su
verdadera condición, que caracteriza a los cristianos de Laodicea, es un agudo contraste con
el certero conocimiento que Cristo tiene de la verdadera condición de sus iglesias, como lo
refleja su categórica afirmación a cada una de ellas: "Yo conozco tus obras" (cap. 2:2, 9, 13,
19; 3:1, 8, 15).
Tú eres.
El pronombre es enfático en griego. El énfasis de la oración es: "No sabes que eres tú el
desventurado y miserable".
Desventurado... desnudo.