Página 24 - Comentario bíblico adventista del séptimo día tomo Apocalips

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disposición de los laicos y no por intervención de los eclesiásticos. Tales metas significaban
nada menos que una reorganización completa de todo el sistema de sucesiones y
nombramientos dentro de la iglesia, y hacía peligrar las muchas complicaciones políticas que
manejaban los clérigos a su antojo. Esto también implicaba el manejo de las inmensas
propiedades de la iglesia, ampliamente dispersas y con frecuencia sometidas a un régimen
feudal. Se estima que esas propiedades alcanzaban en el siglo XI aproximadamente a un
tercio de la riqueza en bienes raíces de la Europa occidental. En resumen, la reforma de
Cluny significaba una verdadera revolución.
A pesar de la amplia influencia de esta reforma persistieron grandes abusos y aun se hicieron
más manifiestos; esto indujo a los fieles miembros de iglesia a empeñarse en persistentes
esfuerzos para lograr una reforma genuina y completa. El continuo rechazo por parte de las
autoridades eclesiásticas más encumbradas, que no permitió que se corrigieran esos abusos,
fue lo que más tarde convenció a Martín Lutero, como antes a Wyclef, Hus, Jerónimo y otros
reformadores, de que el papado no tenía autoridad divina para regir las vidas y las
conciencias de los hombres.
La polémica de las investiduras.-
La lucha entre la iglesia y el Estado en cuanto a las líneas de conducta presentadas por los
monjes de Cluny, se conoce como "la polémica de las investiduras". Enrique III (1039-1056),
emperador del Santo Imperio Romano Germánico, procuró con afán que se elevara el nivel
de la vida de la iglesia. Logró llegar a un acuerdo con los poderosos nobles germanos, o a
dominarlos, y al mismo tiempo mantuvo la paz en Italia. Dio pasos decisivos para reformar a
la iglesia y puso como papas a algunos clérigos alemanes. No se opuso a la reforma de
Cluny, quizá porque no se dio cuenta de su desafío al poder real y ducal.
Su hijo, quien más tarde fue Enrique IV, tenía sólo cinco años cuando Enrique III murió en
1056. El gobierno imperial pasó a manos de regentes, la reina y algunos de los nobles
alemanes. Enrique IV estuvo durante un tiempo bajo la tutela de su madre; pero más tarde
sus tutores fueron dos arzobispos alemanes políticamente poderosos. Probablemente por
eso sabía más de intrigas políticas que de las cosas nobles de la vida cuando fue coronado
como monarca de Alemania a los 15 años de edad. Esto sucedió en 1066, el mismo año en
que Guillermo el Conquistador, animado por el papado, cruzaba el canal de la Mancha y
derrotaba al último de los reyes sajones de Inglaterra. Los poderosos nobles alemanes se
sentían inquietos por estar bajo un monarca tan joven, y desde el mismo comienzo de su
activo gobierno el problema de Enrique fue mantener a esos indóciles nobles del imperio bajo
cierta 34 sujeción. Naturalmente procuraba colocar a sus amigos en cargos de poder y
también deseaba que los que lo apoyaban ocuparan altos cargos eclesiásticos. Por eso
cuando se le presentaba la oportunidad nombraba tanto laicos como eclesiásticos para
fortalecerse políticamente. Esto concordaba plenamente con lo que se había hecho por
décadas, hasta por siglos; pero era contrario al programa de los reformadores de Cluny,
quienes adquirían más poder.
El movimiento de reforma alcanzó mayor significado cuando algunos funcionarios papales
participaron en él. Entre ellos se destacó Hildebrando, un diácono de la ciudad de Roma; era
un lombardo de amplia visión, de voluntad persistente y notable dedicación a lo que
vislumbraba que fortalecía los intereses de la iglesia. Apoyaba de todo corazón la reforma de
Cluny, y hasta puede ser que pasara un corto lapso en ese monasterio. Como era diácono,
colaboraba con los papas reinantes para fortalecer la iglesia en todas las formas, y sin duda
fue un agente activo en las manipulaciones papales durante varios años antes de que fuera
nombrado papa. Durante su diaconado se instituyó el sistema de que el papa fuera elegido
por el colegio de cardenales, y que se discontinuara el desordenado método de nombrarlo
por aclamación del pueblo, como se había hecho hasta entonces.