Página 301 - Comentario bíblico adventista del séptimo día tomo Apocalips

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com. Gén. 11: 4-9), y su norte fue un monumento de su plan maestro para obtener el control
de la raza humana, así como Dios se proponía actuar por medio de Jerusalén (ver t, IV, pp.
28-32). Por esta razón, durante los tiempos del AT las dos ciudades simbolizaron,
respectivamente las fuerzas del mal y del bien que obraban en el mundo. Los fundadores de
Babilonia intentaron establecer un gobierno enteramente independiente de Dios, y si él no
hubiese invertido, finalmente hubieran logrado desterrar la justicia de la tierra (PP 115; cf.
com. Dan. 4: 17). Entonces Dios decidió que era necesario destruir la torre y esparcir a sus
constructores (ver com. Gén. 11: 7-8). Después de un período de éxito transitorio siguió otro
de más de mil años de decadencia y sujeción a otras naciones (ver t. I, pp. 144-145; t II, p.
94; com. Isa. 13: 1; Dan. 2: 37).
Cuando Nabuconodosor II reconstruyó a Babilonia, ésta llegó a ser una de las maravillas del
mundo antiguo (ver Nota Adicional de Dan. 4). Su plan de que su reino fuera universal y
eterno (ver com. Dan. 3: 1; 4: 30), tuvo éxito hasta cierto grado, pues en esplendor y poder el
nuevo Imperio Babilónico sobrepujó a sus predecesores (ver t. II, pp 94-96; com. cap. 2: 38-
38; 4: 30); sin embargo, también llegó a ser la orgullosa y cruel opresora (ver Ed 171).
Conquistó al pueblo de Dios y puso en peligro el propósito divino para este pueblo. Pero Dios
humilló a Nabuconodosor con una dramática serie de acontecimientos, y sometió su voluntad
(ver t. IV, pp. 779- 780). Pero sus sucesores se negaron a humillarse delante de Dios (Dan. 5:
18-22), y finalmente Babilonia fue pesada en las balanzas del cielo y hallada falta, y el reino
fue "roto" por el decreto del Vigilante divino (ver com. Dan. 5: 26-28). Babilonia fue durante
cierto tiempo la capital del Imperio Persa, pero fue destruida por Jerjes (cf. t. III, pp. 459-460).
A través de los siglos la ciudad gradualmente fue perdiendo su esplendor e importancia,
hasta que a fines del siglo I d. C. virtualmente dejó de existir (ver Isa. 13: 19; Apoc. 18: 21).
Desde la caída de la antigua Babilonia Satanás siempre ha procurado regir el mundo por
medio de diferentes potencias, y probablemente lo hubiera logrado hace mucho de no ser por
las repetidas intervenciones divinas (ver com. Dan. 2: 39-43). Su tentativa más audaz y que
casi logró completo éxito fue hecha, sin duda, por medio del papado, especialmente durante
la Edad Media (ver t. IV, p. 863; com. Dan. 7: 25). Pero Dios ha intervenido para evitar el
triunfo de todas las subsiguientes amenazas al cumplimiento final de sus propósitos ( cf.
Apoc. 12: 5, 8, 16), y por eso las naciones nunca han podido "pegarse" 844 la una con la
otra (ver com. Dan. 2: 43). El mal contiene el germen de la división; pero cerca del fin del
tiempo se permitirá que Satanás logre una unión que por un corto período parecerá ser un
completo éxito (ver com. Apoc. 16: 13-14, 16; 17:12-14).
A fines del siglo I d. C. los cristianos ya se referían a la ciudad y al Imperio Romano con el
nombre críptico de Babilonia (ver com. 1 Ped. 5: 13). En ese tiempo la ciudad de Babilonia,
una vez esplendorosa, yacía en ruinas casi totalmente; era un lugar deshabitado, un
verdadero símbolo de la suerte que le espera a la Babilonia espiritual de los últimos días.
Los judíos sufrieron intensamente bajo la mano despiadada de Roma (ver t. V, pp. 70-71; t.
VI, p. 89) así como habían sufrido bajo Babilonia, y los cristianos también sufrieron repetidas
persecuciones a manos de Roma (ver t. VI, pp. 62-63, 85-86, 89). Por esto, tanto para los
judíos como para los cristianos el nombre Babilonia llegó a ser un término apropiado y
acusador para describir a la Roma imperial.
El nombre "Babilonia" aparece con frecuencia como una clave en los primeros siglos del
cristianismo, en la literatura judía y cristiana, para referirse a la ciudad de Roma y al Imperio
Romano. Por ejemplo, el libro V de los
Oráculos sibilinos
, una obra judía seudoepigráfica que
data de alrededor del 125 d.C. (ver t. V, p. 90), presenta algo que tiene el propósito de ser
una profecía de la suerte de Roma, estrechamente paralela con la descripción de la Babilonia
simbólica del Apocalipsis. Habla de Roma como de una "ciudad impía" que ama la "magia",
se deleita en "adulterios" y tiene "un corazón sanguinario y una mente impía". El escritor
observa que "muchos fieles santos de los hebreos han perecido" a manos de ella, y predice