protestantes en 1787 mediante un edicto de tolerancia. En 1804 el emperador Napoleón
proclamó que su intención y firme determinación que se mantuviera la libertad de cultos.
Afirmó su convicción de que el dominio de la ley termina donde comienza el dominio de la
conciencia, y que ni la ley ni los gobernantes pueden hacer nada contra esa libertad. Pero
esa libertad fue oficialmente condenada por el papa Pío IX en el
Syllabus Errorum
en 1864.
La separación formal y completa de la iglesia y el Estado sólo se hizo efectiva en Francia en
1905.
V. La Reforma en Inglaterra
Establecimiento de la Iglesia Anglicana.-
Con el camino ya preparado por los lolardos de Wyclef, la reforma inglesa avanzó a grandes
pasos en el siglo XVI. Sin 63 embargo, la reforma en Inglaterra fue diferente de la reforma en
el continente europeo, en tres aspectos dignos de tenerse en cuenta. (1) Dos movimientos
antipapales progresaron simultáneamente en Inglaterra en el siglo XVI: un movimiento
religioso que había incorporado influencias humanistas, luteranas y de Wyclef, y un
movimiento político que tenía el propósito de depositar toda la autoridad religiosa en el rey y
no en el papa. (2) Hubo constantes conflictos, especialmente a fines de ese siglo, entre los
bandos romanistas y protestantes dentro de la Iglesia Anglicana. (3) En Inglaterra hubo una
notable tendencia de entrar en componendas en asuntos de doctrina y liturgia. Un hombre de
profundas convicciones no podía mantener sus puntos de vista debido, en parte, a los
obstinados soberanos de la dinastía de los Tudor, especialmente Enrique VIII. Por eso la
teología anglicana no muestra el vigor ni la independencia de los sistemas religiosos de
Calvino y Lutero.
Enrique VIII (1509-1547) dio varios pasos decisivos: se proclamó como único jefe de la
Iglesia Anglicana, y más tarde disolvió los monasterios. El rey permaneció católico romano
en doctrina y liturgia y aplastó toda oposición: los católicos eran ahorcados por traición y los
protestantes por herejía. Su hijo, Eduardo VI (1547-1553) fue más favorable hacia el
protestantismo. Líderes protestantes fueron invitados para ir del continente europeo a
Inglaterra, y bajo la dirección de Tomás Cranmer, el
Libro de oración común
mostró en dos
ediciones sucesivas (1549, 1552) una marcada tendencia hacia las enseñanzas protestantes.
La sucesora de Eduardo VI, María Tudor (1553-1558) era una católica ferviente como su
madre Catalina de Aragón; fue animada en sus empeños por su esposo, Felipe II de España,
el hijo del emperador Carlos V. Varios centenares de líderes protestantes fueron ejecutados
en los campos de Smithfield, cerca de Londres. Entre ellos Cranmer, Ridley, Hooker, Rogers,
etc. Durante su reinado muchos protestantes escaparon y encontraron refugio en el
continente europeo, en Francfort, Estrasburgo, Ginebra y diversas ciudades alemanas.
Con el advenimiento de Isabel I (1558-1603) el protestantismo recuperó vigor en Inglaterra.
Muchos de los exiliados del período de María Tudor regresaron y trajeron consigo la
convicción de que aunque la Iglesia Anglicana era la iglesia reconocida de Inglaterra, sus
reformas doctrinales no habían ido suficientemente lejos. La reina Isabel estaba inclinada a
la ostentación y a la pompa en la iglesia. Era protestante en doctrina, pero introdujo en la
liturgia anglicana y en sus ritos muchas prácticas que desagradaban a los reformadores
ingleses; sin embargo, el elemento puritano ganaba más y más importancia y exigía un
cambio a una forma de culto más sencilla y menos sacerdotal.
Para definir la doctrina de la iglesia se promulgaron en 1571 los "treinta y nueve artículos de
fe", una modificación de los "cuarenta y dos artículos" del reinado de Eduardo VI. Se exigía
que todos los sacerdotes y ministros se sometieran a ellos. La Iglesia Anglicana fue
defendida por eruditos eminentes como John Jewel, obispo de Salisbury, quien escribió la
Apologia pro Ecclesia Anglicana
(1562), la primera presentación metódica de la posición de la