En el primer período (1545-1547) se definió la doctrina católica como una respuesta a los
puntos de vista protestantes. Al principio predominaban los dominicos españoles, discípulos
de Tomás de Aquino; pero pronto fueron desplazados por los jesuitas. Se decretó que la
fuente de la verdad se halla en la Biblia
y
además
en la tradición. Esto dio poder a la iglesia
para interpretar la Biblia a su manera. En la definición de la justificación se confirmó la gracia
divina como una enseñanza básica, pero también se retuvo la doctrina del mérito de las
buenas obras. Se enseñó que el hombre coopera con la gracia divina mediante su libre
albedrío, pero las buenas obras aumentan la posibilidad de la justificación. La justificación,
se afirmó, depende de los sacramentos, que son medios de salvación, y comienza con el
bautismo, el primero de los sacramentos. Se aumenta con la confirmación y la eucaristía, y si
se pierde, puede recuperarse mediante la penitencia y la confesión auricular.
En el segundo período del concilio (1551-1552) el emperador exigió que los protestantes
participaran de los debates; pero la influencia protestante fue tan débil en la primera fase del
concilio que no fue tenida en cuenta; sin embargo, cuando el papa Julio III inauguró este
concilio, parecía que podría haber una base de acuerdo entre las dos confesiones. Pero el
deseo del emperador de que hubiera unión fue anulado inesperadamente por el retiro de
Mauricio de Sajonia, quien abandonó al emperador para servir a la causa protestante. Esto
forzó al soberano a alejarse súbitamente del Concilio de Trento y también terminó con toda
participación de los protestantes en el concilio.
El Concilio de Trento reanudó sus actividades después de diez años de interrupción, y entró
en su tercer período (1562-1563). Mientras tanto el protestantismo se había arraigado
firmemente en Alemania y había sido reconocido oficialmente en la Paz de Augsburgo en
1555. En el sector católico los jesuitas habían vuelto a insistir en los métodos de la
Inquisición, y se debatió muchísimo la delicada cuestión del poder episcopal. Desde allí en
adelante se estableció que el principal dogma es el de la iglesia: una jerarquía divinamente
instituida y divinamente preservada. El católico común debía permitir que el sacerdote fuera
su guía, su "director espiritual". Un dirigente de influencia, el cardenal Borromeo de Milán,
especialista en educación religiosa, instó a que se fundaran seminarios teológicos.
El concilio afirmó especialmente las siguientes instituciones religiosas básicas: (1) el papa,
en cuyas manos está el poder de la iglesia, como vicario de Jesucristo; (2) el único texto de la
Biblia que se aceptaba era el texto latino (la Vulgata), pero no al alcance de los laicos; (3) los
siete sacramentos. Además debían construirse seminarios teológicos, y se creó la
Congregación del Index para que examinara todo material impreso a fin de proteger la
ortodoxia católica contra las publicaciones nocivas.
VII. Reavivamientos religiosos, aproximadamente de 1650 a 1750
El pietismo en Alemania.-
Después de la Paz de Augsburgo de 1555, se esperaba que se hubiera resuelto el problema
de la convivencia pacífica de los católicos y de los protestantes alemanes; sin embargo, la
situación empeoró a pesar del principio (adoptado quince años antes) de que cada región
debía tener su propia religión, y 71 finalmente las dos confesiones se constituyeron en dos
facciones políticas. La tensión llegó a un trágico clímax en la Guerra de los Treinta Años
(1618-1648), que comenzó con la revolución de los bohemios contra el Santo Imperio
Romano Germánico. El conflicto fue precipitado por intentos que se hicieron para instalar
gobernadores católicos en distritos que eran definitivamente protestantes, con lo que se
violaba la Paz de Augsburgo. Además de las razones religiosas de esta guerra, hubo
también motivos políticos. Después de algunos años Dinamarca fue arrastrada al conflicto, y
a continuación lo fueron Suecia y finalmente Francia. El momento dramático llegó cuando